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Lasso ganó, pero...

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"...cortocircuita la posibilidad de que Arauz se fabrique un nuevo perfil y otro relato. En el debate se vio reducido a ser delfín, mensajero y, a la postre, títere del caudillo refugiado en Bélgica"

Ganar un debate no es ganar la elección. El domingo Guillermo Lasso equilibró la mesa y distribuyó las cartas de mejor manera para él. Su movimiento fue estratégico y consistió en minar el terreno de su contrincante. Lo consiguió en tres planos.

Uno. Logró etiquetar a Andrés Arauz con un lema que se convirtió, la noche misma del debate, en tendencia en redes sociales: “Andrés no mientas otra vez”. Dicho en su presencia y repetido algunas veces, ese lema resulta fatal para el candidato correísta. Se hizo viral en redes sociales y se convirtió en maná para usuarios, memistas y caricaturistas que lo volvieron el lema-ícono por el cual este debate será recordado. Lasso sembró así algunas bombas de efecto inmediato y retardado en la candidatura correísta que afectan por igual su discurso, su perfil y sus promesas. Ese lema ataca el activo más importante de un candidato en plena campaña: su credibilidad ante los electores.

Dos. Lasso destruyó la mayor inversión estratégica en que andaba empeñado Arauz: ser visto como un político joven, entroncado con el futuro y sin ataduras con el correísmo. En ese sentido, Arauz deseaba no hablar más de Rafael Correa y anclar esta segunda vuelta en las biografías de los candidatos; más que en la dicotomía entre dos sistemas políticos y económicos.

De hecho, así planteó el debate: su biografía contra la de Lasso. Su juventud, su hoja de vida política supuestamente limpia, contra un candidato a quien, equivocadamente, quiso incluir entre los viejos políticos que llevan 40 años en el escenario: Lasso es político desde hace 11 años; mucho menos que el propio Correa.

Lasso jugó a dejarlo fuera de juego, y lo logró: lo obligó a volver a sus orígenes políticos. Al correísmo. Y puesto ahí, lo molió a golpes: lo trató como el hijo político de Correa. Parte de una familia a la que sumó a Lenín Moreno. Actor que dejó hacer y dejó pasar durante una década. Uno más de los que tienen que responder a los compañeros de Bosco Wisuma, la esposa del general Gabela, Lourdes Tibán, y Manuela Picq. Un coideario de Nicolás Maduro. Uno de aquellos que está fotografiado en una mesa en México, al lado de Correa, recibiendo órdenes… El candidato correísta pecó de querer hurgar en el pasado de Lasso, sin poder sustentar conducta alguna que lo inhabilite para dirigir el Estado. El bumerán fue evidente: Lasso le endosó toda la macabra historia del correísmo sin que Arauz pudiera reaccionar.

Estratégicamente, el líder de CREO llevó lo que queda de la segunda vuelta al terreno que más le conviene: al clivaje que separa a los ecuatorianos desde 2007 y que ha sido su frente de lucha desde 2013: correísmo y anticorreísmo. Es un logro para él por dos motivos: mete de lleno a Correa en la campaña, cuando la preocupación de Arauz era precisamente prescindir de él; cortocircuita la posibilidad de que Arauz se fabrique un nuevo perfil y otro relato. En el debate se vio reducido a ser delfín, mensajero y, a la postre, títere del caudillo refugiado en Bélgica.

Tres. Al reducir la opción entre corrreísmo y anticorreísmo, Lasso achica el terreno para aquellos que votaron por Xavier Hervas o Yaku Pérez pensando en una tercera vía. El mensaje es claro en dirección suya: sus causas y derechos se incluirán en su programa de gobierno pero, para hacerlo realidad, hay que evitar que vuelva el correísmo. Lasso redujo el espectro, dramatizó la contradicción y redujo el espacio que tienen aquellos tentados por el voto nulo.

Mal en el primer tiempo, Lasso mejoró en el segundo tiempo y ganó este debate. Pero ganar un debate, no es ganar la elección.