¿Puede ganar Lasso?

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Y esa no es tarea solamente para un candidato: es lo que tienen que hacer los demócratas si no quieren ver cómo el populismo pone al país a jugar a la ruleta rusa.

Tras esa pregunta, hay otra que incumbe a todos los demócratas: ¿cómo puede un político racional y responsable ganar al populismo? Es una pregunta que se han hecho últimamente en Argentina con Alberto Fernández y Cristina de Kirchner, en Brasil con Jair Bolsonaro, en México con Andrés Manuel López Obrador, en Bolivia con Evo Morales y su sucesor, en El Salvador con Nayib Bukele; también en Estados Unidos con Donald Trump. Es la pregunta que se han hecho muchos demócratas en Rusia con Putin, en Turquía con Erdogán, en Inglaterra con Theresa May, hasta en España con Podemos. La lista es larga. Es la pregunta que ahora se están haciendo muchos ecuatorianos. ¿Cómo vencer al populismo que puede proponer cualquier cosa, mentir con desparpajo y gobernar sin importar en qué estado deja el país y la sociedad que le confió su destino?

La pregunta luce tan sencilla que muchos la despachan endosando las responsabilidades -todas las responsabilidades- a los políticos que enfrentan el populismo. Ganar al populismo depende, en esos casos, de la personalidad del contendor, su nivel de carisma o sus dotes histriónicas. Así se vacía el problema de fondo que es estructural y que el populismo resuelve construyendo una identidad colectiva en términos dicotómicos: está el pueblo y están los otros. Los de arriba y los de abajo. Los pobres y los ricos. En función de esa oposición, de demandas insatisfechas y de injusticias acumuladas, los populistas articulan propuestas ante los electores que convierte la competencia electoral en un problema casi insoluble.

Se está viendo en Ecuador. Andrés Arauz ha propuesto regalar mil millones de dólares en la primera semana de su gobierno. Mil dólares a un millón de personas. Esa promesa toca el imaginario popular. Ciudadanos que nada esperan del Estado, que ven el juego político como un ‘reality show’, que se sienten huérfanos en el sistema y abandonados a su suerte en la pandemia, ven en esa promesa una oportunidad. No hay, en el mismo sistema, mecanismos para atemperarla. Al fin y al cabo, en Ecuador el número de pobres, que se disparó con el coronavirus, es escandaloso y sus urgencias no dan espacio para que se pueda, ante ellos y con ellos, concatenar en una campaña el razonamiento lógico que requiere el manejo responsable de la economía.

¿Cómo ganar al populismo que es capaz, usando dinero del Banco Central que no es del gobierno, de comprar votos, y -otro ejemplo- proponer que el Estado (que está quebrado) pagará la mitad de los salarios de los nuevos empleos que Arauz ofrece? ¿Cómo ganar al populismo capaz de volver a mentir sobre su capacidad de gestión, cuando precisamente la situación actual se debe, en buena medida, a la forma cómo despilfarró los fondos de la bonanza petrolera y al endeudamiento monstruoso que contrajo?

No, no es fácil vencer al populismo. Y no se trata del carisma ni de la capacidad histriónica del contendor. En Estados Unidos contribuyó en la victoria de Joe Biden la reacción de la sociedad civil organizada y los resortes institucionales. En Ecuador no existe ni lo uno ni lo otro. Y, aunque Guillermo Lasso tiene un programa de gobierno y propuestas específicas en muchos sectores, siempre queda la duda de si ha logrado tocar los sectores más populares, tan golpeados por la crisis y tan numerosos, que son encandilados y estafados por el populismo más ruin.

Vencer el populismo requiere gobernar para los más pobres. Y esa no es tarea solamente para un candidato: es lo que tienen que hacer los demócratas si no quieren ver cómo el populismo pone al país a jugar a la ruleta rusa.