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¿Fracasó Lenín o fracasamos todos?

"La sociedad política, cámaras de la producción y de comercio, universidades, medios de comunicación, sindicatos, colectivos sociales y un largo etcétera de actores, estaban convidados a ilustrar los daños hechos por Correa"

La tentación es grande de enterrar políticamente y en forma urgente a Lenín Moreno. Al fin y al cabo su gobierno ha dado señales, demasiado evidentes, de estar pidiendo tiempo. La estantería ha ido colapsando con la salida de sus colaboradores más mediáticos: Richard Martínez, María Paula Romo, Juan Sebastián Roldán, Juan Carlos Zevallos… Y Caridad Vela, secretaria de comunicación, fracasó en la tarea de exhibir a Lenín Moreno en encuentros con periodistas -encuentros casi inadvertidos- llamados eufemísticamente “De frente con el presidente”. La certeza de tener un mandatario cansado, abrumado por los problemas, abandonado por sus aliados, solo, carente de liderazgo y ausente del cargo, se ha incrementado.

Sin embargo, no hay que enterrar políticamente, y sin conciencia de hacerlo, a Lenín Moreno. Por una razón, en particular: el drama del Ecuador está contenido en su figura y en la de su gobierno. Y enterrarlos de prisa podría generar el efecto del chivo expiatorio, tan útil para endosar todas las responsabilidades al gobernante, sin que las élites y la sociedad tengan que asumir alguna. Eso equivaldría, otra vez, a no aprender nada.

Esta película arrancó el 24 de mayo de 2017. En su posesión, el presidente Moreno pronunció frases que hicieron presagiar que el país podía entrar en un nuevo momento. Rafael Correa ratificó la impresión al abandonar el recinto parlamentario. La ruptura entre ellos dos se hizo palpable con los días y se evidenció antes del 10 de julio de ese año, cuando el expresidente abandonó el país.

Moreno encarnó, desde ese momento, la posibilidad de salir de un modelo político y económico inviable, sin que nadie supiera, con certeza, lo que iba a proponer en su lugar. Casi cuatro años después, existe la probabilidad de que el país vuelva al punto del cual arrancó Moreno. Como si hubiera girado en balde. Y si eso es así, y si el peligro del retorno del correísmo es una eventualidad cierta, hay que hacerse la pregunta -por lo menos eso- de por qué la tentación populista se mantuvo inalterable. Siempre se puede argüir que Lenín Moreno no quiso articular un proceso político que, en forma inapelable, pusiera al Ecuador al abrigo del síndrome correísta. Ejemplos sobran. Se puede aducir, sin miedo a equivocarse, que el presidente arrastra colección de ollas capaz de producir un concierto ensordecedor. Se puede agregar su estilo de liderazgo más apto para un congreso de autoestima que para dirigir el país. No obsta.

La tarea de descorreizar el país no era solo suya. La sociedad política, las cámaras de la producción y de comercio, las universidades, los medios de comunicación, los sindicatos, los colectivos sociales y un largo etcétera de actores, estaban convidados a ilustrar los daños hechos por Correa a la economía, la institucionalidad, el mercado, la Justicia, la ciudadanía, las relaciones internacionales… No hubo esos esfuerzos. O mejor: fueron tan tangenciales que el correísmo encontró tierra fértil dónde victimizarse. No fue poco su empeño para posicionar la idea de que Correa es un perseguido por tener 34 casos penales que le esperan en la Fiscalía, cuando lo lógico hubiera sido concluir que ese número de procesos retrata el régimen atrabiliario y corrupto que presidió.

Moreno también fue responsable, desde 2007, de lo que hizo el correísmo. Y responsable por no haber cimentado nada en su gobierno para reemplazarlo. Pero no es el único. Las élites no ocuparon ese terreno como debían hacerlo, para evitar que ese fantasma rondara por el país. Y nada contundente están haciendo para evitar su retorno.