Jorge Luis Jalil | República, punto de partida

La Constituyente también debe abrir la puerta al sector privado en áreas estratégicas
El Ecuador arrastra un Estado hipertrofiado, lleno de funciones que se superponen y que han convertido la gestión pública en un laberinto sin salida. Urge volver al modelo republicano clásico: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, con contrapesos claros y competencias delimitadas. Una Asamblea Constituyente no es un capricho, sino la oportunidad de rediseñar un sistema político más funcional.
Un Congreso bicameral, con menos legisladores, pero con mayores requisitos, permitiría depurar la representación. No es lo mismo una curul alcanzado por popularidad digital que uno ganado con credenciales académicas y experiencia real. Subir la edad mínima, exigir título universitario y al menos cinco años de trayectoria en el sector privado, público o académico, daría más seriedad al debate legislativo y fortalecería la institucionalidad.
Nuestra Constitución, con más de 400 artículos, es un catálogo inabarcable. Debemos reducirla a principios claros y garantías esenciales, para que los jueces interpreten de manera restrictiva y no extensiva. Hoy, la Corte Constitucional ha permitido que un grupo de magistrados, con lecturas expansivas, decida sobre temas sensibles como el matrimonio igualitario o la eutanasia, imponiendo su visión al país entero.
La constitucionalidad de las normas no puede quedar a merced de jueces de primera instancia sin preparación suficiente. El control debe ser centralizado, técnico y uniforme. A la vez, se requiere un sistema jurisprudencial de primer nivel, que dé seguridad a inversionistas, ciudadanos y al propio Estado.
La Constituyente también debe abrir la puerta al sector privado en áreas estratégicas. No para entregar el país, sino para garantizar que los servicios públicos mejoren y dejen de ser sinónimo de ineficiencia. El Ecuador necesita reglas claras, menos ideología y más pragmatismo.
Una nueva constitución no resolverá automáticamente nuestros problemas, pero puede ser el cimiento de un Estado más ágil, serio y moderno. El reto es construirla con visión de país, no como botín político.