Jorge Luis Jalil | Al pan, pan
Noboa recibe un paciente grave y tiene, dos años después, uno estable. Es un avance
Hace dos años Daniel Noboa recibió un Ecuador en terapia intensiva: un PIB que crecía apenas 2,4 % en 2023, un déficit fiscal cercano al 3,5 % del PIB y una deuda que rondaba el límite legal, con un país pagando riesgo de ‘default’ a más de 2.000 puntos de riesgo país. La economía estaba dolarizada, sí, pero frágil y muy golpeada.
Hoy el cuadro es menos preocupante, aunque esté lejos de ser ideal. Tras la recesión de 2024 (-2 %), el Banco Central y el FMI proyectan para 2025 un crecimiento entre 3,2 % y 3,8 %, apoyado en mejores exportaciones y la normalización del suministro eléctrico. El déficit se redujo a cerca del 1,3 % del PIB en 2024 y la deuda se estabiliza en torno al 52 % del PIB, por debajo del techo normativo pero aún en una zona incómoda. La inflación, que ya era baja, se ubica hoy por debajo del 1,5 % anual, un lujo en una región aún golpeada por la inflación y fruto de una economía cuya dolarización se sostiene.
El dato más elocuente, sin embargo, es el riesgo país: que llegó a menos de 700 este noviembre. Esa caída no ocurre por generación espontánea, sino por una combinación de acuerdos con el FMI, señales de disciplina fiscal y un relato político menos confrontacional hacia los mercados. No es un detalle técnico; es la diferencia entre conseguir financiamiento a tasas manejables o seguir empeñando el futuro a cambio de liquidez de emergencia. En términos simples: el mercado cree más en la capacidad de pago del Ecuador de hoy que en el de 2023.
¿Significa esto que el presidente ya ‘arregló’ la economía? No. El ajuste se ha hecho con más impuestos que con reformas profundas, el crecimiento proyectado sigue siendo coyuntural y no estructural, y la deuda apenas abandona la zona de peligro. Pero negar que hay una mejora en los indicadores sería tan ideológico como afirmar que todo está resuelto.
Noboa recibe un paciente grave y tiene, dos años después, uno estable. Es un avance, no un milagro. El reto de fondo -crecer de forma sostenida, bajar la informalidad y ordenar de verdad el Estado- sigue intacto. Y no lo resolverá un solo periodo ni un solo presidente.