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Un impredecible 2021

Avatar del Joaquín Hernández

"Habíamos vivido a toda presión en un mundo paradójicamente a la vez cambiante y planificado"

Estamos a la mitad del segundo mes del año. Todavía es difícil predecir cómo terminará. El gran tema central, el de la salud frente a la amenaza de COVID-19, se encuentra en una etapa, larga eso sí, de resolución. El inicio de los procesos de vacunación a nivel mundial parecería señalar que nos encontramos en la etapa final del azote, pero nadie puede decir cuándo. Lo que sí parece posible afirmar es que vamos a una especie de retorno a una nueva “normalidad”. Qué sea esta “nueva normalidad” es materia de debates desde los que insisten en el carácter de novedad de la misma, es decir diferente a la que conocíamos, a los que lo hacen sobre la “normalidad”, es decir al retorno a los años anteriores.

Tomando prestada una expresión de Freud, el virus ha herido el narcicismo contemporáneo. Habíamos vivido a toda presión en un mundo paradójicamente a la vez cambiante y planificado. Creíamos, Harari ‘dixit’, que estábamos a punto de vencer el temor a la muerte mediante el extraordinario desarrollo de la tecnología que nos permitía rozar casi con la inmortalidad. El hecho es que la extensión de la vida de las personas ha aumentado significativamente, abriendo escenarios inéditos, como la necesidad de la creación de nuevas formas de trabajo y de diversión para quienes se creía estaban solo condenadas a esperar su hora.

Se abren nuevos interrogantes. Por ejemplo, sobre el futuro de los estados-nación, diseñados como es el caso de varios países latinoamericanos, en el modelo del “ogro filantrópico”. ¿Pueden mantenerse estos estados paquidérmicos, controladores de los ciudadanos pero a la vez dispendiosos con el dinero de los contribuyentes para responder a los costos de la ineficiencia, el exceso de regulación y por supuesto el alto grado de corrupción que implican? ¿Qué hacer por otra parte, cuando la mayoría de la población vive en expectativa de una corte de los milagros que le permita satisfacer lo mínimo de sus necesidades? ¿La exigencia de vivir el presente no implica también, para quienes se encuentran en dichas condiciones, el abandono de toda esperanza en el futuro?