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Joaquín Hernández | Vargas Llosa se despide

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Lo único importante es si los lectores volverán a emprender con alguna de sus obras la aventura personal que supone leer una novela

Con la publicación de su última novela, Te dedico mi silencio, todavía no disponible en librerías, por lo menos en Guayaquil, Mario Vargas Llosa se despide de sus lectores definitivamente, no solo en el ámbito de la ficción sino también en el ensayo periodístico en la columna que durante largas décadas mantuvo en diario El País, de Madrid, desde diciembre de 1990 y que aparecía simultáneamente en algunos de los mejores periódicos latinoamericanos. Veinte novelas, dos libros de relatos, 14 de ensayos, media docena de obras de teatro y los artículos publicados en su legendaria Piedra de toque.

Vargas Llosa surgió con luz propia en el destape del ‘boom latinoamericano’, una eficaz e innovadora propuesta de ‘marketing’ editorial de Carmen Balcells en Barcelona en los años sesenta del siglo pasado. Balcells y el editor Carlos Barral supieron aprovechar la triple oportunidad que se les brindaba: el agotamiento de la narrativa tradicional europea, la expectativa típica de aquella década por lo que se escribía en otras partes, y la nueva y excelente producción literaria de jóvenes irreverentes pero conocedores a fondo de la tradición occidental y de sus innovaciones, digamos en este caso, desde Proust y Joyce hasta Faulkner. Todos, además, ‘comprometidos’; esa palabra fue la consigna clave de aquellos tiempos, con su época de grandes cambios y rupturas. Nadie imaginó por supuesto que aquel joven periodista que estudiaba en la universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima terminaría solemnemente ataviado en el sillón que ocupó Michel Serres en la Academia Francesa. Y que el tímido y novel experto en artes amatorias ocuparía la primera plana de las revistas del jet set internacional por su matrimonio con Isabel Preysler.

En realidad, lo único importante es si los nuevos o los antiguos lectores volverán a emprender con alguna de sus obras la aventura personal que supone leer una novela. Es de pensar que siempre habrá inquietos por leer Conversación en la catedral o La fiesta del chivo. En cuanto a los ensayos, su suerte es todavía más incierta. Uno de los problemas que tiene este género es la evanescencia de sus referentes. Cierto es que La Rebelión de las masas, de Ortega, un texto de los años 30, luce jovial en vitrinas. ¿Pasará lo mismo con La llamada de la tribu?