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Don Alfonso Reyes

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Los textos de don Alfonso muestran la paradoja moderna’.

Cada vez que llego a Monterrey surge, de improviso, el recuerdo de una extraña deuda, que nunca contraje ciertamente en fecha y hora determinada, pero que no pierde su carácter de reclamo. Lo despierta el nombre de un personaje que, por supuesto nunca llegué a conocer en vida, pero que tampoco formó parte de mis lecturas de comienzos de transición entre la juventud y la madurez, cuando arraigan las raíces intelectuales: don Alfonso Reyes, como los mexicanos y salvadoreños de antaño decían siempre y que no he perdido.

Monterrey, la segunda ciudad más rica de México, como puede informarse gratuitamente cualquiera, fue el lugar natal de don Alfonso. Aparte de algún monumento o biblioteca, -¿sobrevive alguna todavía en el siglo XXI, empecinado en creer que con él comienza la historia y que todo lo anterior nunca existió?-, o un grupo de cultores del ‘Regiomontano universal’, dudo encontrar más huellas de lo que fue su presencia intelectual, que se extendió a lo largo de la primera mitad del siglo XX en el mundo intelectual iberoamericano y que animó a Borges, Henríquez Ureña, Ortega. Carlos Fuentes, le rindió homenaje al titular en su honor, en el más puro albur chilango, su primera novela, La región más trasparente.

Y sin embargo don Alfonso está presente en su ciudad. “Cuando salí de mi casa/ con mi bastón y mi hato/ le dije a mi corazón: /-¡Ya llevas sol para rato!-/ Es tesoro- y no se acaba: /no se me acaba-y lo gasto./ Traigo tanto sol adentro/ que ya tanto sol me cansa-/Yo no conocí en mi infancia/ sombra, sino resolana”, dice uno de sus primeros poemas, Sol de Monterrey.

“Yo no conocí en mi infancia/ sombra sino resolana” fue la consigna de don Alfonso al armonizar la claridad del helenismo con los demonios de la literatura moderna. No fue fácil. Testigo de ello, su cuento, La cena, uno de los más inesperados de la literatura mexicana, donde una cita a las nueve de la noche muestra la cara de la muerte en una transfiguración inesperada.

Los textos de don Alfonso muestran la paradoja moderna. Oportunidad de volver a encontrarnos, aunque sea un instante.