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Joaquín Hernández: Byron, a propósito del Bicentenario

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Vivimos las consecuencias de esta guerra cultural en nombre del pragmatismo y del pensamiento de lo políticamente correcto

Hoy más que nunca es necesario volver la mirada a figuras que han marcado épocas o han protagonizado movimientos culturales. Es el caso de Lord Byron y del Romanticismo europeo. No se trata de una manía propia de académicos que viven pendientes del pasado para recordar glorias pasadas, sino que como acertadamente se dio cuenta en su momento Harold Bloom, forma parte de las guerras culturales del presente. La eliminación de figuras señeras en nombre de una memoria colectiva celosa de honrar a quienes han sobresalido es parte de una maniobra de manipulación para desprestigiar el talento y la distinción en nombre de lo común.

“El pensamiento grupal” ha escrito Bloom, “es la plaga de nuestra era de la Información y su efecto es más pernicioso en nuestras obsoletas instituciones académicas cuyo largo suicidio comenzó en 1967. El estudio de la mediocridad, cualquiera que sea su origen, genera mediocridad. Thomas Mann, descendiente de fabricantes de muebles, profetizó que su tetralogía de José perduraría porque estaba bien hecha. No toleramos mesas y asientos a los que se les caen las patas sin importar quién los haya hecho, pero pretendemos que los jóvenes estudien textos mediocres, sin patas que los sostengan”. Bloom por supuesto habla de la eliminación del canon literario en las universidades estadounidenses y de la sustitución de autores considerados genios, palabra a la que le tiene alergia el pensamiento progresista. En nuestro caso, en que hemos eliminado la historia, la filosofía, la ética de las materias de formación, vivimos las consecuencias de esta guerra cultural en nombre del pragmatismo y del pensamiento de lo políticamente correcto.

El Don Juan, de Byron, del que se anuncia una nueva edición en español a propósito del bicentenario de su muerte es un personaje barroco que se vuelve un paladín de la libertad y en ese sentido se aparta de la visión española de un Tirso de Molina que lo condena a ser un irredento seductor de mujeres. El poema, como alguien ha escrito por ahí, es tan moderno que se burla de los poemas épicos tradicionales, lo mismo que de la condición de seductor, mientras va mostrando en las aventuras el aprendizaje de la vida del héroe. “Busco un héroe, búsqueda poco frecuente”, anuncia en el I Canto del Don Juan. A ese Byron hay que retornar.