Columnas

Trauma

No quiero decir con esto que los políticos que ganan elecciones y los funcionarios que nombran no tengan inteligencia.

Nacen, crecen, se reproducen y mueren. Es la regla que aprendemos en la escuela sobre los animales, de la que nunca nos aclaran que aplica también sin condición a los humanos, por mucho que nos sugieran que en algo se diferencia el ciclo porque somos una especie de animal particular.

Sale la gente a conseguir con qué procurarse alimentos, sigue habiendo fiestas, sigue habiendo embarazos y no se conoce aún de partos interrumpidos. Los virus, los contagios y la emergencia sanitaria son tanto parte de nuestra realidad biológica como lo son los esfuerzos que hacemos por racionalizarlos y racionalizar nuestra existencia.

Nos preguntábamos el otro día con unos amigos cómo se expresa el trauma de la cuarentena más larga que la historia registra. ¿Se expresa con depresión y más encierro? ¿O se expresa con una salida alocada e irresponsable al encuentro social? Concluimos en aquella conversación que a mayor trauma, más radical la salida; nada de qué sentirnos orgullosos como “animales inteligentes” que somos.

Así que no podemos tampoco pedirle mucho a las autoridades. Si bien es normal que les exijamos más que lo que nos exigimos a nosotros mismos, tampoco es un examen de racionalidad la condición que pone al funcionario donde está. Es lo contrario: los procesos electorales se asemejan más, a la postre, a concursos de simpatía que a exámenes de IQ.

Aunque viven del turismo, son los mismos pueblos de Galápagos y de la costa los que pasivamente aceptan prolongar la prohibición del uso de playas, aunque cines y restaurantes están abiertos. Aunque la CDC ya afirmó que más muertes ocurren en EE. UU. por sobredosis y suicidio que por COVID-19, no se toman las mismas medidas para evitar aquellas que estas.

No quiero decir con esto que los políticos que ganan elecciones y los funcionarios que nombran no tengan inteligencia. La tienen sin duda. Quiero más bien enfatizar que las mismas taras de la masa, las mismas taras del privado, las mismas taras del animal, son las que presionan la idiosincrática toma de decisiones en la función pública. Porque son taras humanas.