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Transición

Avatar del Jaime Rumbea

´"Determinantes de siglos pasados no pueden caber tan fácilmente por el ojal del siglo XXI"

Nos rasgamos las vestiduras en las columnas de opinión. Tratamos de entender el desarraigo generalizado con la política. Nos quejamos de populismos y clientelismos. Buscamos un caudillo para sustituir al caudillo que no es el nuestro. Sufrimos un desarraigo ciudadano con la democracia representativa.

No cabe aquí profundizar en filiaciones culturales o religiosas de la modernidad. Tan sofisticadas y sesudas teorías existen sobre esto, que algunas se han convertido en incuestionadas verdades.

Se vincula la disciplina pública y privada de los europeos del norte con la ética protestante. Se vinculan las contradicciones del catolicismo y del colonialismo español, por oposición al inglés, para justificar caritativas imágenes de pobres entrando a suntuosas catedrales de dorada iconografía. Para explicar nuestros comportamientos electorales y políticos, se distinguen los trazos culturales de la América colonizada por británicos de la colonizada por sus pares españoles y portugueses.

Y aunque suene imposible, la práctica moderna de caudillos e idolatrías es incluso más colorida que nuestra historia.

Me impresiona que a pesar de la desazón norteamericana con el ‘establishment’, Nancy Pelosi siga de presidenta del Congreso, en plena pandemia y transición digital, luego de una trayectoria de 40 años en el Legislativo.

No me cabe en la cabeza que los alcaldes ecuatorianos suban prediales en un año como este, desatendiendo la chirez generalizada. Me impresiona y me inquieta preguntarme a quiénes representan Yaku con un saxofón andino, Lucio con una Harley Davidson, o Arauz, antítesis del tictoquero, en esa red social.

Finalmente, es cierto también que la historia se escribe cada día y que los determinantes de siglos pasados no pueden caber tan fácilmente por el ojal del siglo XXI. Estamos, seguramente, en una etapa de transición. Y eso explica los discordantes comportamientos de políticos que ya no saben de dónde vienen ni a dónde van. Porque tal vez la sociedad tampoco lo sabe. Es difícil decir quién está más desarraigado: el representante o el representado.