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Fría, fría, la guerra

Avatar del Jaime Rumbea

No parece nadie dispuesto a capitalizar los efectos de la guerra fría entre Asamblea y Ejecutivo en los balances de legitimidad’.

El conato de guerra entre el Ejecutivo y el Legislativo versa sobre sus respectivas legitimidades. Una guerra en la que nadie parece estar dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias; una guerra fría de la que ignoramos los verdaderos entretelones.

De unos días para acá, pierde tracción la estrategia del Ejecutivo de connotar negativamente el trabajo de los asambleístas. Si bien los legislativos son poderes políticos en déficit estructural de legitimidad alrededor del mundo, fue como consecuencia de la última negativa y archivo al proyecto económico urgente de inversiones que la narrativa tomó vuelo. El presidente a la cabeza de la ofensiva, con denuncias en Fiscalía adornadas con registros y canales discursivos enfocados directo a la legitimidad de la Asamblea; lo que vimos parecía una estrategia de mecha larga para preparar subsecuentes ‘rounds’.

Pero la narrativa, repetida de forma estructurada por funcionarios, medios públicos, e incluso voceros y medios privados, respecto a la incapacidad de los asambleístas para sintonizarse con la reactivación del empleo, empezó a retroceder.

Justo cuando los asambleístas empezaban a retranquearse, a convocar ruedas de prensa aclaratorias, a jugar el juego político que parecía dictar la narrativa del Ejecutivo; justo cuando el olvido de la Tri volvía a visibilizar el debate político, la estrategia cambia.

Difícil es saber si este curioso golpe de volante deriva del reciente cambio de protagonistas en el Ministerio de Gobierno o en la vocería de la Presidencia. Si fuese así, se impone la pregunta: ¿por qué la primera estrategia de comunicación global, posterior a la vacunación, susceptible de impactar en la legitimidad pública de sus detractores políticos, fue abortada sin capitalizar resultados?

Queda como posibilidad por supuesto que todo esto no haya sido ni tan concertado ni tan coordinado como podría aparentar. Tal vez la narrativa antiasamblea y su desenfoque en los últimos días fueron fenómenos orgánicos sin ninguna voluntariedad. Pero aún así, ni los funcionarios salientes ni los entrantes parecen darse por entendidos.