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Frenesí

Avatar del Jaime Rumbea

Siempre he sentido que, contrario al saber popular, por mucho madrugar, sí amanece más temprano.

Cautivante, tierno, sorprendente. Así es para mí ver a niños y jóvenes de esta generación apurados por sus cotidianos objetivos individuales, mientras silenciosa y lentamente protagonizan los cambios sociales más importantes de la historia reciente.

Su frenesí apalancado en dispositivos digitales recuerdan al conejo del País de las Maravillas, corriendo con un reloj en mano. Los tiempos muertos del pasado ya no son. Pero no es su vertiginoso ritmo el que cautiva, sino que ignoran su protagonismo en los cambios de fondo más trascendentales que ha vivido la humanidad en siglos.

Como lo saben los orientales, todo en la vida tiene cara y contra cara, blanco y negro, yin y yang. Por ello quienes más apresurados son en sus asuntos cotidianos son a la vez, sin por tanto saberlo, quienes protagonizan los lentos cambios revolucionarios llamados transición ecológica y la revolución digital.

Mientras un Ministerio puede tomarse meses para aprobar un permiso, las burocracias y los negocios usan aún papel carbón y archiveros verticales, nuestros jóvenes montan oenegés e iniciativas personales, por menores que parezcan, con frenético ritmo y frecuencia, con poderosas narrativas y grandes audiencias digitales, para hacer sentir su rol en sociedad.

Les importa poco la política y el estado-nación: los aborrecen. No los representan. De allí la desazón con las instituciones tradicionales que es común en el mundo.

Esto es solo posible porque vienen aprendiendo desde hace décadas, en casa y escuela, día tras día, que sus instituciones le han fallado al ambiente y a los ciudadanos. Han sido bombardeados con contenidos y hecho ejercicios en clase para movilizar su conciencia ambiental y poner en sus manos herramientas digitales que no existían cuando fueron ingeniados nuestro “Estado moderno”, nuestras corporaciones y nuestra ciudadanía.

Tomará un siglo que estas revoluciones se galvanicen. Por eso me cautiva, me enternece y me sorprende presenciar el apuro con que proceden. No saben, seguramente, que, aunque sin la rapidez que anhelan, están logrando lo imposible. Así mismo es la vida.