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Más o menos violento

Avatar del Jaime Rumbea

Puesta en perspectiva la violencia, la oportunidad es real. Sobre todo luego del fatalmente violento paro

He estado en casas en las que zumba el grito. He escuchado de otras en las que zumban también sandalias y hasta objetos contundentes. Los niveles tolerables de violencia son indicadores culturales, al mismo título que los arreglos políticos e instituciones para solucionar los demás conflictos sociales.

Nos dice la teoría que las democracias nacieron para procesar diferencias políticas que antes se procesaban violentamente, pero vamos: toda forma de gobierno tiene el mismo fin. ¿Se puede entonces medir con la misma vara la violencia política en una democracia nórdica que en una tribu africana? ¿Podemos hablar de violencia con el mismo engreimiento ilustrado cuando miramos el caso de pueblos no contactadas de la Amazonía y de islamistas radicales en la periferia de una urbe medioriental? Definitivamente no. Por eso es tan absurdo el debate de redes sociales, que todo convierte en falacia. Los ‘woke’ de nuestras épocas consideran violentos los pronombres definidos porque algún individuo de género fluido podría sentirse ofendido. ¿Cuántos son? ¿De dónde proviene su entendimiento de violencia? ¿No es en sí mismo aquello insultante para millones que sufren violencia -mortal incluso- sin que su voz pueda ser escuchada?

La pérdida de proporciones, de perspectiva y de parámetros referenciales en nuestro debate público es un desafío ignorado. El sentido consciente es lo que distancia al hombre de otros animales, pero lo hemos perdido.

“El gran problema es que a veces todavía se vuelve al esquema anterior de demandas y respuestas o exigencias y cuál es la reacción del Gobierno. Es ahí donde, lamentablemente tengo que decirlo, se tienen cabida a esas cuestiones de condicionamientos, chantajes, inclusive coimas, negociaciones. Ese esquema tiene que ser superado porque en el trasfondo hay una especie de violencia, venga de donde venga”.

Cito un fragmento del análisis que hace la Conferencia Episcopal sobre las mesas de diálogo posparo entre Gobierno y organizaciones sociales. Ojalá todos viéramos en esas palabras la palanca, el puente, el soporte o la catapulta para hacernos de un modelo de resolución de conflictos que nos aleje de la creciente violencia.