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Jaime Rumbea: Viada

Avatar del Jaime Rumbea

Con la viada de que la gente está ansiosa por tanta violencia, llevemos la discusión a donde más se necesita: los niños

Hace no mucho tiempo, las cosas de adultos pasaban en la tele luego de las once de la noche, cuando los niños dormíamos. Del periódico solo accedíamos a la sección infantil y en los noticieros incluso los casos más crudos eran relatados con algo de pudor. Pero hoy la cosa es distinta.

 Bien narrados, atraen y venden por igual el conflicto y la polémica política que el tabú del sexo, los excesos y la sangre. No hay grupo de WhatsApp que se libre hoy en día -‘it’s something incredible’- de lo uno o de lo otro.

Con redes sociales abiertas y con padres agotados o deprimidos, debatir si las cosas de adultos deben acotarse a los horarios nocturnos o a espacios controlados es darle crédito a sueños de perro.

 La controversia reciente en Estados Unidos sobre la censura de libros es una oportunidad perdida. Mientras los senadores histrionizan contra Zuckerberg, sin que nada de ello redunde en mejor protección de menores (todos los legisladores son parecidos), la gigante editorial Penguin Random House se enrola de lleno en política, defendiendo -en sus palabras- la libertad de expresión.

 La editorial ha repudiado en estos días el retiro de librerías colegiales de obras como ‘The Bluest Eye’ (de la Nobel Toni Morrison) o ‘Last Night at the Telegraph Club’, en las que violaciones de niños son descritas con todo y el más absoluto detalle. ¿A quién sirve que esa libertad de expresión se defienda en los colegios? Ni de lejos niego el placer estético en las cosas de adultos, pero el hedonismo -sobre esto nunca ha polemizado nuestra civilización- no es pedagogía para niños.

 En Ecuador, como en toda la región, a ritmo de reguetón se han metido en horarios y formatos cuyos destinatarios no son adultos y cuyas normas básicas se han desdibujado: riqueza fácil, violencia, hipersexualización y más. Pero acá el debate está en ciernes.

Creo útil, pase lo que pase al final, que al menos nos preguntemos qué cosas son para niños y qué cosas son para adultos. Y aunque parezca paradójico en una columna de opinión, escribo esto sin ilusión alguna sobre la esfera pública: que sirva en el espacio privado del individuo y la familia.