Tenemos lo que merecemos

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Servicios públicos, telecomunicaciones, ‘utilities’, bienes raíces, crédito comercial, la lista es larga; pocos fenómenos permiten crecimientos tan importantes del mercado como la transición digital. Luego no valen las quejas.

Según el BCE, citado en Linkedin por un importante banquero guayaquileño, “el número de usuarios del sistema financiero creció de 4,8 millones en 2016 a 8,5 millones en 2020. Esto se debe a que desde la banca hemos trabajado y nos hemos comprometido en simplificar y digitalizar el acceso a productos y servicios financieros”.

Una cuasiduplicación del acceso a servicios financieros es inusitada: y más con distanciamiento social. Esto merece un acápite en los reportes que recibirán del sector financiero sus accionistas; los inversionistas extranjeros también se emocionan: Latam es destino creciente de inversión a fiarse por un reciente editorial de Barons. Si la bancarización es palanca del desarrollo, la oportunidad es inédita; a quién beneficiará depende, para variar, de nosotros.

A contracorriente del antropofagismo antibanquero, los demás sectores de la economía podríamos preguntarnos qué cosas emular. Recordemos para comenzar que el bono demográfico de la región ya representaba terreno fértil para digitalizar la economía, de donde todos los sectores debimos tener un plan para aprovechar, llegado un catalizador llamado COVID-19, la transición digital.

¿Por qué los clientes de la banca se identificaban y gestionaban ya su plata con la información biométrica que solo las tecnologías de punta permiten? No todos los bancos, pero los que sí, hacen en segundos lo que la tradición, inercia, incapacidad o desdén demora meses: movilización, fila, llenadera de papeles, comparecencia, firmadera y fotocopiadera... en fin.

Cierto es que la tradición regulatoria del sector financiero es en esencia dinámica. Pero no es menos cierto que otros sectores conviven pasivamente con desgraciadas inercias normativas, heredadas no de meses ni años, sino de siglos atrás. El mercado de valores, primo hermano si no ñaño de la banca, parece seguir en las tinieblas, con liderazgos anacrónicos y crisis de corrupción. Servicios públicos, telecomunicaciones, ‘utilities’, bienes raíces, crédito comercial, la lista es larga; pocos fenómenos permiten crecimientos tan importantes del mercado como la transición digital. Luego no valen las quejas.