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Jaime Antonio Rumbea | Ignorancia que se ve

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Ojalá reconociéramos más claramente nuestra ignorancia, para perder menos tiempo

Una vez más, las encuestas en Ecuador fallaron en sus proyecciones para el reciente referéndum y consulta popular. No es un hecho aislado. Es un patrón que se repite elección tras elección. Antes he dicho que muchas encuestas funcionan como propaganda. Hoy prefiero plantearlo de otro modo: no contamos con un método confiable para anticipar resultados electorales. Seguimos operando como si lo tuviéramos.

En el siglo XVI, Giovanni Battista Salviati elaboró un mapamundi donde Europa y el Viejo Mundo estaban relativamente definidos, mientras América aparecía apenas como un borde irregular. E increíblemente, se exhibían espacios en blanco, claramente representando lugares simplemente ignorados. Ese mapa no ocultaba su ignorancia: la exhibía. Mostrar lo desconocido era parte del método. Esos vacíos guiaron a Europa durante siglos, porque hacían visible la distancia entre lo que se sabía y lo que quedaba por descubrir.

Nuestra época, en cambio, ha llenado la superficie de la política con cifras, modelos y porcentajes. Pero el volumen de datos oculta el vacío real: no entendemos cómo se forman las decisiones electorales en sociedades atravesadas por nuevas tecnologías, medios fragmentados, comportamientos volátiles y una ciudadanía que ya no responde a los patrones tradicionales. El voto anticipado, el voto urbano, el voto joven, la influencia de redes o la propia disposición a contestar una encuesta son hoy fenómenos mal medidos y, en muchos casos, mal descritos.

Las encuestas fallan no por un error puntual, sino porque seguimos utilizando herramientas diseñadas para un tipo de sociedad que ya no existe. El problema no es la estadística, es la ilusión de que los instrumentos actuales capturan la realidad que dicen medir. No muestran sus vacíos y por eso no vemos sus límites.

El mapa de Salviati recordaba que la ignorancia puede representarse. Quizá necesitamos algo similar: métodos que comiencen por admitir lo que no sabemos. Sin esa honestidad, cualquier predicción es solo una forma elegante de adivinar. Y tal vez el primer paso para mejorar no sea pronosticar mejor, sino reconocer con claridad dónde el conocimiento aún no llega.