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Jaime Antonio Rumbea | ¿Y si simplificamos?

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A mí me parece que lo racional hoy es depurar

En otra época, cuando todo en esta tierra se explicaba desde lo divino, los políticos eran apenas unos guardianes del orden que la divinidad imponía.

El príncipe -por usar el término convencional- no creaba ley alguna.

El deber de ese príncipe era custodiar la ley divina.

Esta ley, asimismo, no se inventaba.

La ley se hallaba, se glosaba, se rescataba.

Nadie osaba fundar una norma paralela.

La ley venía supuestamente desde arriba. Por eso tanto a Justiniano, como a Inocencio o a Federico lo que les interesaba era codificar, porque revestir con lo sagrado a las leyes les daba estabilidad, incluso cuando el derecho romano es, en esencia, un derecho civil basado en el consentimiento del grupo

Pero llegó la secularización. Y con la secularización el derecho dejó de constituir algo divino y pasó a ser obra del hombre.

La ley dejó de ser recolectada y empezó a ser discutida, redactada, derogada, corregida, enfatizando el racionalismo que Weber tan bien exhibió.

Así llegamos a nuestros días.

Actualmente, debatimos las leyes con naturalidad, como quien comenta la cartelera de la semana.

Y además nos desbordamos en tecnicismos, cuerpos normativos, reformas interminables.

El Estado, que alguna vez fue la organización de todos para resolver problemas comunes, ahora parece más un centro de producción normativa, sin control ni sentido del límite.

(Algo que el neoconstitucionalismo agravó)

A mí me parece que lo racional hoy es depurar.

Y esto debido a que nuestras leyes ya no pretenden ser eternas ni sagradas.

Se justifican en caprichos, en agendas del momento, en lo útil o lo posible, según el vaivén político.

¿No deberían entonces, por simple coherencia, ser también más breves, más sobrias, más modestas?

Tal vez no necesitamos más leyes.

Tal vez solo necesitamos menos.