Jaime Rumbea: Honor de cascarón

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Ni los parecidos ni las diferencias son pura coincidencia

Los parecidos no son pura coincidencia. Le dicen comedia a lo que escribieron Horacio y Plauto, entre otros, sobre lo que pasaba en cierta época de la Roma de la que hemos tomado en nuestra cultura a veces más de lo que debimos y de lo que sabemos. Las diferencias tampoco son pura coincidencia.

Cuando el sistema judicial que hoy tenemos se iba formando, en algún momento de la república romana se corrompieron tanto los procesos que los comediantes caricaturizaban: los acusados eran llevados de la oreja a toda hora ante los magistrados. Se parece esto a lo que cierto personaje que anda hoy preso pretendía hacer, presentando demandas a mansalva contra políticos, periodistas y ciudadanos en general, cuando se le daba la gana, o el diseño de algún ilegítimo negocio lo requería.

La justicia era desde entonces de fácil acceso para quien tenía cercanía con el poder. Primero familias, luego amigos, ahora más recientemente partidos políticos o empresas criminales; los vehículos del acceso político poco han evolucionado en un par de milenios.

Los autores de comedia también se le cargaban al honor, valor supremo de aquellas épocas que ha desaparecido de nuestra escala de valores, virtualmente, ante el embate de nuevas formas de reputación y credibilidad, más afines a las redes y a la familia nuclear.

Por esas épocas, en el ámbito judicial el honor se mostraba cuando un patrono, una persona de mayor patrimonio o estatus social que el acusado, comparecía -esta es según los estudiosos la primera y embrionaria representación legal- en nombre de aquel.

Bien podría una comedia moderna ponerle la estocada final al honor: bastaría describir a esos líderes políticos que, habiendo sido llevados de la oreja ante el tribunal sus subalternos, cri-cri.

Otra alternativa fuera, para todos sorprendente, que esos mismos líderes asumieran la representación pública de los acusados de sus rangos, elevando quizá el nivel de nuestra política, cosa positiva en general, aunque fuere para defender un honor de cascarón.