Columnas

Virtudes cardinales

No obstante, no basta con tener un buen código de conducta para erradicar la corrupción en la función pública. Hay que ir al fondo del problema eliminando aquellas circunstancias que incentivan la corrupción’.

Las virtudes cardinales son las virtudes humanas fundamentales determinadas por el filósofo griego Platón en su obra maestra La República. Estas virtudes esenciales, definidas el año 370 antes de Cristo, fueron la justicia, la prudencia, la fortaleza y la templanza, y a la larga terminarían constituyéndose en una influencia importantísima en lo que luego serían las virtudes sustanciales del cristianismo.

La justicia, o la virtud fundamental, es la capacidad de podernos juzgar primero a nosotros mismos, para solo luego, con prudencia, tratar de dar siempre lo que le corresponde y se merece cada uno. La prudencia -‘recta ratio agibilium’ o la recta razón en el obrar- es la capacidad de poder actuar siempre de manera justa, cautelosa y moderada. La fortaleza es la fuerza de espíritu para vencer adversidades con resiliencia y fe, necesitando ser complementada por la prudencia, para evitar que la fortaleza se convierta en temeridad. Por último, la templanza o ‘temperantia’ es la virtud humana para resistir tentaciones o la capacidad de dominar apetitos y placeres, anteponiendo siempre la razón al instinto.

Este 24 de mayo -en el día de su posesión- el presidente Guillermo Lasso Mendoza firmaría el decreto ejecutivo de “normas de cumplimiento ético gubernamental”, al que deben someterse todos los funcionarios públicos del poder Ejecutivo. En dicho decreto se hace referencia a diversos códigos de conducta, normas de ética y reglamentos de usos de lo que le está y no le está permitido a los funcionarios públicos. Resalta el hecho que dicho decreto recoge clara y específicamente tres de las cuatro virtudes cardinales: la justicia, la prudencia y la templanza.

No hay ninguna duda de que es un gran inicio que exista un decreto que determine los códigos éticos y morales de un buen gobierno, pues como bien diría Séneca, el gobierno más difícil es el de uno mismo. No obstante, no basta con tener un buen código de conducta para erradicar la corrupción en la función pública. Hay que ir al fondo del problema eliminando aquellas circunstancias que incentivan la corrupción. Si logramos transparentar procesos, desregular actividades, activar la aprobación de solicitudes ante el silencio administrativo y lo que se conoce como declaración responsable, daremos pasos importantes hacia un real manejo transparente de la cosa pública.

Cuando a los ciudadanos se nos considere como adultos libres y responsables y no como delincuentes sujetos a tener que pedir permiso para todo al Leviatán, el país podrá liberar las cadenas que atan al emprendimiento humano y a la inversión, pues no hay fuerza humana más poderosa que un talento virtuoso, como bien lo relievara José Ingenieros hace más de un siglo atrás: “Volvamos al sano concepto socrático, hermanando la virtud y el ingenio; aliados antes que adversarios. Una elevada inteligencia es siempre propicia al talento moral y este es la condición misma de la virtud... Si un hombre encarrila en absoluto su vida hacia un ideal, eludiendo o constatando todas las contingencias materiales que contra él conspiran, ese hombre se eleva sobre el nivel mismo de las más altas virtudes. Entra en la santidad”.

¡Hasta la próxima!