Columnas

La peste

De aprobarse el estado de alarma se daría sustento legal para que las comunidades autónomas puedan determinar nuevos confinamientos obligatorios y restricciones a la movilidad y la asociación.

Albert Camus fue un filósofo argelino y premio Nobel de Literatura cuya ‘opus magnum’ de 1947, La peste, es considerada un clásico de la corriente filosófica conocida como existencialismo y absurdismo.

En esta novela, Camus cuenta la historia de una pandemia causada por la peste bubónica en la ciudad argelina de Orán. Tal como lo hiciera Franz Kafka en su novela El proceso, algunos consideran que la obra de Camus es una crítica a las restricciones a las libertades individuales, a guisa del espejismo mal llamado bien común. O, dicho de otra forma, la fatal arrogancia hayekiana del Leviatán que, ante cualquier situación medianamente extraordinaria, exacerba su espíritu megalomaniático y mesiánico para convertirse en el ungido a dirigir nuestras vidas.

Al momento de escribir esta columna me encuentro en Madrid y la situación sanitaria es preocupante. Ha habido un incremento de contagios y de fallecidos en estos últimos días en la llamada segunda ola de la pandemia de COVID-19. El gobierno socialista español, en sesión urgente, ha declarado el estado de alarma -equivalente a nuestro estado de excepción- por una semana, que es lo que la ley permite, pero ha solicitado una extensión al Congreso hasta mayo de 2021. Sí, leyeron bien, hasta mayo de 2021.

De aprobarse el estado de alarma se daría sustento legal para que las comunidades autónomas puedan determinar nuevos confinamientos obligatorios y restricciones a la movilidad y la asociación.

A una España que se encuentra colapsada en lo social y lo económico, con la tasa de desempleo más alta de Europa, el liderazgo político del PSOE y Podemos pretende someterla aún más, insistiendo en esa visión patéticamente colectivista del todos en la cama, o todos en el suelo, donde, para variar resulta terminar siendo todos en el suelo.

A una España cuyas restricciones han sido de las más duras del mundo, pero también con resultados de los más pobres del mundo, pretenden darle la estocada final a una generación ya considerada semiperdida.

Espero sinceramente que el Congreso español no dé paso a la extensión del estado de alarma, del que, curiosamente, el ortodoxo partido conservador Vox es su único opositor frontal. Espero aquello, no solo por el cariño que le guardo a este país, sino porque el mal ejemplo, como la peste, se irradia inconteniblemente en liderazgos colectivistas como el nuestro. Porque todos sabemos que el miedo es un mal consejero, y que el Leviatán es tan dañino como la tristemente célebre maldición gitana: la de tener un hijo tonto con iniciativa.

Ya lo tendría claro Albert Camus 73 años atrás cuando en La peste proclamaría: “El mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia, y la buena voluntad sin clarividencia puede ocasionar tantos desastres como la maldad. Los hombres son más bien buenos que malos, y, a decir verdad, no es esta la cuestión. Solo que ignoran, más o menos, y a esto se le llama virtud o vicio, ya que el vicio más desesperado es el vicio de la ignorancia que cree saberlo todo y se autoriza entonces a matar. El alma del que mata es ciega y no hay verdadera bondad ni verdadero amor sin toda la clarividencia posible”.

¡Hasta la próxima!