Situación envenenada

Putin no es tonto. Sabe que necesita a estas grandes fortunas de su lado. Pero también entiende que su éxito está en que el poder esté en sus propias manos’.
Vladimir Putin llegó al poder en 1999, después de ser vicealcalde de Moscú. Estando en ese cargo, construyó una reputación de ser persona leal a sus jefes y un hombre de palabra. Estas cualidades son las que Rusia sentía que necesitaba para que el presidente saliente Boris Yeltsin no fuese perseguido una vez saliese del poder. Tenemos que recordar que, tras el colapso de la Unión Soviética, donde TODO lo gestionaba el gobierno, de la noche a la mañana pequeños “jeques” locales, por llamarlos de alguna forma, se hicieron multimillonarios instantáneamente, después de adueñarse de distintos sectores estratégicos que quedaban desatendidos: recolección de basura, gestión del agua, supermercados, gas, petróleo, electricidad y un largo etc. Así nacieron, normalmente con violencia, las grandes fortunas rusas pos-Unión Soviética (y así, con violencia, normalmente se mantuvieron). Yeltsin tuvo que gestionar una Rusia colapsada con un ambiente de todo vale solo parecido a las películas de vaqueros del viejo oeste, por lo que Yeltsin tuvo que permitir a estos nuevos “jugadores” participar en la política del país para poder gobernar. Putin, antiguo espía de la KGB, entendió perfectamente que debía de proteger a Yeltsin por los fracasos económicos de los 90, pero no compartía la filosofía de compartir poder con los oligarcas.
Una vez en el poder, Putin construyó una imagen de hombre duro, que se basó en dos hechos: la segunda guerra de Chechenia, donde demostró retomar el poder militar y de poder en la región y sobre todo el ‘affaire’ Jodorkovski. Mijaíl Jodorkovski fue el hombre más rico de Rusia. Putin, cuando llega al poder, le deja claro a los oligarcas que se había acabado la presión que ellos podían ejercer sobre el gobierno, pero que les permitiría conservar sus riquezas; Jodorkovski no estaba de acuerdo y se opuso. De la noche a la mañana fue sentenciado por evasión de impuestos y vio cómo todos sus bienes le fueron embargados, entre ellos la petrolera Loukos, una de las más grande del mundo en ese momento. Con esto Putin puso en orden a los llamados oligarcas rusos: o estás conmigo o no estás.
Putin no es tonto. Sabe que necesita a estas grandes fortunas de su lado. Pero también entiende que su éxito está en que el poder esté en sus propias manos. Durante casi 24 años (directa o indirectamente) el poder de Rusia ha estado bajo el poder de Putin y le ha ido bien a todos, pero con los embargos occidentales a los oligarcas rusos se ven en una situación de indefensión que los hace peligrosos. Cuando el negocio no va bien, el ‘statu quo’ puede cambiar, es la carta a la que juega el mundo: solo los rusos pueden sacar a Putin, y él lo sabe. Es por eso que hemos escuchado esta semana del envenenamiento de Roman Abrahomovic, quien participó en un acercamiento de paz. ¿Coincidencia? Con Putin nada lo es. El estudio toxicólogo revela que el nivel de envenenamiento es mínimo, como una advertencia. Putin está enviando un mensaje de que no va a permitir movimientos contra él. ¿Se sentirá vulnerable por ese lado?