Diana Acosta-Feldman | Purga parlamentaria

Es hora de devolverle la honorabilidad a la Asamblea
La grave denuncia a un asambleísta acusado de violar a una menor de edad es un tema que ha sacudido al país, no solo por lo execrable de este hecho monstruoso y miserable en contra de una niña, que genera indignación y repudio, sino también por la afrenta moral que significa que este tipo de delincuentes hayan estado en la casa de la democracia representando el pueblo ecuatoriano. Simplemente repugnante.
La acertada prisión preventiva para el presunto violador de una pequeña de 12 años tiene que hacernos reflexionar sobre la capacidad de elección de los ecuatorianos, sobre cómo se llega a escoger personas guiados por los colores de una bandera o por escuchar los cantos de sirena de sus líderes, sin revisar concienzudamente los antecedentes morales, profesionales y las credenciales de aquellos por quienes votan.
Independientemente de la agrupación política, en cada elección de asambleístas desde hace décadas se escabullen sapos, culebras y ratas, y esta afrenta debe parar porque la institucionalidad y la credibilidad de las instituciones se debilitan con este tipo de representantes.
No basta con negarle la descabellada solicitud de licencia sin sueldo, no basta con solicitarle que renuncie a su curul, que pronto perderá; es hora de devolverle la honorabilidad a la Asamblea y hacer un barrido de todos aquellos que deshonran al primer Poder del Estado, pues aquellos que violan, roban, trafican influencias o tienen enriquecimiento no justificado no merecen representarnos.
Es hora de limpiarle la cara a la Asamblea y así como lo hicieron recientemente las autoridades del Parlamento, dando el buen ejemplo con el barrido del nepotismo, sacando a los parientes contratados en la Asamblea -lo cual mereció el aplauso de todos-, es hora de hacer otra purga extrema para barrer del Parlamento y de cualquier otra institución, tanto a la descomposición moral como a las mafias infiltradas, pues por representantes como estos es que los honestos no participan en la política, para no ensuciarse con el lodo y la putrefacción que mancha a ciertos ‘honorables de la patria’.