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Joaquín Hernández Alvarado | Thomas Mann, nuestro contemporáneo

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Vivimos en un mundo enrarecido donde no se defienden causas ni ideas sino gustos y nos contradecimos sin problema

Uno de los síntomas de la orfandad de nuestro tiempo es que no podemos dar una explicación coherente de lo que nos pasa. Inevitablemente, nos preguntamos: ¿hacia dónde vamos?; ¿va a haber tiempos mejores?; ¿hemos en realidad dejado atrás los horrores y las barbaries del pasado hasta el punto de que podemos asegurar que no serán repetibles? El mundo actual es un mundo en guerra: Ucrania, Gaza como ejemplos. Pero también hay otro tipo de guerras no menos letales, las del narcotráfico en Colombia, México, Ecuador, Perú, Chile, en diferentes intensidades. O las que protagonizan multitudes de seres humanos, migrantes, en búsqueda desesperada de otra forma de vida.

El sentimiento de orfandad que vivimos hoy surge de la convicción de que nuestra época es absolutamente distinta a las anteriores y que por tanto no hay referentes del pasado a los que podamos acudir. Como consecuencia, el presente no es inteligible y estamos obligados a vivir la dictadura de los hechos sin saber si los sacrificios de hoy permitirán un mañana mejor.

No todos coinciden con ello. En El País de Madrid apareció un artículo de Wolfram Eilenberger, filósofo y escritor alemán, La agonía de la libertad, donde, basado en la trilogía de las grandes novelas de Thomas Mann, Los Buddenbrooks, La montaña mágica y Doctor Faustus, diagnostica nuestros síntomas. Estos son la permanente irritabilidad de los ánimos que vuelve tóxicos los ambientes; la imposibilidad de discutir sin terminar en afrenta; el fracaso en la construcción de consensos y la preferencia por el autoritarismo; en suma, “la victoria del primitivismo más arcaico”, como Mann anticipó en Doctor Faustus.

Mann fue contemporáneo del ascenso del Imperio Alemán y de la burguesía adscrita a él; de su destrucción después de la ordalía de la Gran Guerra y, finalmente de su transformación de democracia liberal, la república de Weimar, en el infierno hitleriano. Hoy transitamos, según Eilenberger, en carriles similares. Como en el ambiente de La montaña mágica, vivimos en un mundo enrarecido donde no se defienden causas ni ideas sino gustos y nos contradecimos sin problema. ¿Son los medios sociales digitales solo supuestos sanatorios de opiniones que en verdad no desean curar a nadie y ni siquiera que se salga de ellos, como sugiere Eilenberger?