La caída del imperio

Ese doble desgaste de la imagen de la gobernabilidad de Estados Unidos llega a su punto más álgido, y también al punto en el que se empieza a desmoronar el imperio: el 11 de septiembre de 2001’.
¿Se acuerdan cuando Estados Unidos era el referente mundial? Para muchos lo sigue siendo. El querer migrar al norte con vistas a cumplir lo que en los años cincuenta empaquetaron con ‘marketing’ de primera línea de la calle Madison de Nueva York como “el sueño americano”, para plantearle cara al paraíso obrero que plantaba el comunismo soviético. Ese sueño americano recaía sobre la libertad personal, igualdad de oportunidades dentro del sistema y que cualquiera que quisiera podría llegar a ser lo que se propusiera. Esa era la base del sueño americano, esa era la promesa, dentro de un país pujante y potencia mundial después de la Segunda Guerra Mundial, en un mundo dividido en dos, hasta 1990, cuando la caída de la Unión Soviética hizo de Estados Unidos la única gran potencia mundial.
Dicen que todo gran personaje necesita competencia de alguna forma para sacar lo mejor de sí, y cuando pierde con quién competir se relaja y se deja. Estados Unidos es una de esas “personas”.
Con la caída de la Unión Soviética, Estados Unidos pasó de competir en todos los campos con los soviéticos a sentirse responsables de todo el mundo, ejerciendo en algunas partes como policía del planeta, con buenas intenciones en gran parte de las intervenciones, pero superando los límites de lo que debía, que lo llevó a un desgaste de imagen internacional en las zonas en las que se metió, pero también en la interna de sus propia ciudadanía, que no comprendía qué hacían metidos en conflictos ajenos a ellos en las antípodas del mundo. Ese doble desgaste de la imagen de la gobernabilidad de Estados Unidos llega a su punto más álgido, y también al punto en el que se empieza a desmoronar el imperio, el 11 de septiembre de 2001. Ese día no solo está marcado por la tragedia, sino que también es el día que marca el fin de una era.
Estados Unidos era atacado a gran escala por primera vez desde el ataque japonés a Pearl Harbor en 1941, y por primera vez en tierra continental desde la guerra con México en 1848. Muchos ni concebían la idea de que Estados Unidos pudiera ser atacado en tierra propia. En principio hubo unión nacional, como después de cada catástrofe, pero al no haber un enemigo específico (una nación) sino uno ambiguo (un grupo terrorista), definir victoria se complicaba y aquí entra la guerra de Iraq, el segundo gran cataclismo que define la caída de Estados Unidos, cuando el país empieza a dividirse en bloques ideológicos muy crispados entre sí. Es aquí cuando se cortan partidas presupuestarias para destinar fondos a la guerra y reconstrucción extranjera, en lugar de arreglar los tantos problemas que había dentro de sus barrios, y que lentamente, desde 1989, se iban descuidando, y eventualmente, abriendo todas las cicatrices y problemas que internamente no había ni han sido resueltos hasta el día de hoy, que son muchos.
¿Qué ha cambiado en el alma de Estados Unidos? Que hoy es un país desunido, absolutamente polarizado y, más importante, sin brújula de hacia dónde ir ni liderazgo fuerte para guiarlos ya que, desde ya hace algún tiempo sus gobernantes están más preocupados de su imagen pública que de gobernar.