Iñigo Balda | Planes dominicales

Esa tarde descubrí uno de los planes mejor guardados de Guayaquil
Durante mucho tiempo, un gran amigo mío metido en el mundo de los caballos me insistía en que lo acompañe algún domingo al hipódromo del Buijo, donde todos los domingos por la mañana/tarde hay carreras de caballos. Una y otra vez me decía: “ven, ven, no te vas a arrepentir”. Por pereza muchas veces, chuchaqui y preferencia de pasar tiempo con la familia declinaba la invitación, hasta que un domingo, con chuchaqui los dos (ya que habíamos tenido un matrimonio la noche anterior) acepté la invitación al hipódromo, quizás para no tener que escuchar más insistencia con el dolor de cabeza que manejaba.
Esa tarde descubrí uno de los planes mejor guardados de Guayaquil.
Llegamos tarde, ya había terminado la primera de las carreras del día, y directamente entramos a la zona de propietarios, ya que mi amigo tenía dos caballos compitiendo ese día. Inmediatamente pedimos unas cervezas para pasar el dolor de cabeza y nos pusimos a revisar los caballos de la siguiente carrera. Le metimos 1 dólar cada uno a uno de los caballos de la siguiente carrera y salimos al balcón a ver el desenlace de esta. Ganó uno de los caballos de mi amigo, así que tocaba bajar a tomarse la foto con el caballo. Aquí es dónde vi el verdadero potencial.
Desde la ‘parte noble’ no se notaba tanto, pero las gradas estaban llenas de agricultores y sus familias que iban a pasar la tarde allí. Los niños jugaban por la explanada diversos juegos, y paraban solo a admirar los caballos cuando pasaban desde y hacia la pista. Los padres cuidaban a los hijos desde las gradas, conversando entre ellos, compartiendo unas ‘pescuezudas’ y parando solo para las carreras. Alguna apuesta habrían metido, pero nada del otro mundo.
La mayoría de las personas son agricultores y vaqueros de las zonas agrícolas de Daule y Samborondón que se desconectan en este ambiente distendido. Así siguió la tarde, hasta la última carrera, cuando la gente poco a poco se fue marchando.
Este resumen no hace justicia a la experiencia, pero la emoción de que cada 30 minutos haya una carrera emocionante, donde el resultado no está garantizado, es absolutamente inexplicable; hay que vivirla. Da igual si tiene una apuesta o no, uno escoge un caballo que quiere que gane y por ninguna razón lógica, durante los siguientes minutos se siente parte de una experiencia colectiva desaforada. En cuanto termina la carrera todo vuelve a la normalidad.
Hace poco, en España, me invitó un amigo una mañana al hipódromo. A diferencia de la experiencia que tenemos en Guayaquil, en Madrid tienen súper desarrollado el plan hípico como un plan familiar, con zona de juegos dentro del recinto, varios bares y formas de degustar viandas de todo tipo, a precios más que razonables, con zonas comunes para conversar y con la explanada debajo de las gradas, también utilizada por niños que solo paran de jugar para ver a los caballos pasar. Después de las carreras muchos almuerzan y pasan la tarde en la terraza de cerveceo.
En Guayaquil tenemos un problema, que es la falta de lugares para planes familiares. ¿Por qué no convertir el hipódromo en un plan viable para toda la familia? Habría que reformarlo, pero es un plan alcanzable y una opción más que válida para pasar un domingo.