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Te beso las heridas

Avatar del Inés Manzano

"¿Quién es el dueño de la herida? ¿El que la hace o el que la recibe? Así preguntaba Antonio Gala, escritor cordobés, en uno de sus libros"

Era un Viernes Santo, al pie de una bahía, con mi mentora, Lourdes Luque de Jaramillo, invitándome a quitar los ojos del horizonte y ver parte de mi historia y la de 1.329 millones de católicos: la película La Pasión de Cristo. Lloré sin vergüenza, como se dice lo hizo cuando se enteró de que Lázaro estaba muerto; lloré pidiendo perdón por cada herida causada, tratando de ser como María, que le entregaba su tesoro, un perfume para lavarle los pies con su hermoso pelo negro; quería proteger su cuerpo de cada latigazo.

La ciencia durante años ha tratado de explicar lo que pasó ese viernes, la brutalidad y maldad licuadas y arrojadas sobre el Amor y la Verdad. Desde las 9 de la noche del jueves hasta las 3 de la tarde del viernes, la hora en que murió, Jesús sufrió múltiples agresiones físicas y mentales, pensadas para causar una intensa agonía, debilitar a la víctima y acelerar la muerte en la cruz.

Lucas, el apóstol médico, dejaría constancia al relatar a su comunidad, y se recoge en el Evangelio, de esta evidencia “...Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra...”. La sangre se mezcla con el sudor y brota por la piel. Esta es la primera pérdida de líquidos corporales.

Jesús no hablaría mucho por el resto de su pasión, en el Sanedrín, a Pilatos, a su madre y discípulo amado, al ladrón arrepentido y al Padre.

Despojado de sus ropas y atado a un poste, Jesús fue azotado. De acuerdo a la ley judía, eran 39 latigazos. Se estima que provocaron heridas equivalentes a quemaduras de tercer grado: las correas de cuero y las mancuernas de huesos de carnero que remataban unas bolitas de hierro. De acuerdo al estudio de la Sábana Santa, Jesús recibió una tercera parte de los golpes en el pecho y el resto, en la espalda.

Según otro estudio publicado en abril de 1991, en el Journal of the Royal College of Physicians of London, Jesús fue llevado al Pretorio como “juguete para las tropas”, costumbre que solía permitirse una vez al año, donde la corona de espinas le ocasiona 33 heridas en el cuero cabelludo. Lo escupieron, abofetearon y golpearon con la vara; lo humillaron.

En la Sábana Santa se nota un fuerte golpe de un palo en la mejilla derecha de Jesús; la nariz aparece deformada por fractura del tabique nasal.

Durante 700 metros carga una cruz de cincuenta kilos. Fue crucificado con clavos de unos 13 a 18 centímetros de largo. Jesús no murió por agotamiento, ni por los golpes o por las 3 horas de crucifixión, sino que murió por agonía de la mente, la cual le produjo el rompimiento del corazón.

En medio de esto dice: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

¿Quién es el dueño de la herida? ¿El que la hace o el que la recibe? Así preguntaba Antonio Gala, escritor cordobés, en uno de sus libros.

Amar se convierte en disrupción desde el año 33 d. C.

Por ese ejemplo, beso las heridas, y doy testimonio de que creo en la vida y la defiendo, tanto la naturaleza como el ser humano, por ser creaciones únicas y divinas; en las oportunidades; en que tenemos un propósito; en que callar y caer son signos de fortaleza; en que decir la verdad y ser justos te acerca más a la paz. Y para ustedes, ¿este calvario ha sido en vano?