Columnas

Otra víctima más

La liberación de una señora a la que mantuvieron detenida por ocho años es lo que me obliga a la reflexión, al repudio, a confesar que me da vergüenza el solo saber que nuestro país estuvo en manos de seres anormales, intoxicados con ideas destructoras y miserables.

Gracias a la prensa, una vez llamada corrupta, es que nos enteramos del caso de la víctima de golpes y torturas que incluso la llevaron a perder el hijo que llevaba en sus entrañas, poniendo en grave peligro su vida. Conoció el infierno.

Sus victimarios, cobardes verdugos, andan sueltos en malévolo goce de lo robado al pueblo ecuatoriano.

Pensar que la justicia tardó tanto tiempo en actuar, indigna, pero se explica, pues estaba en manos putrefactas, misóginas y ensangrentadas. Tan solo imaginar cómo un remedo de ser humano ordenó tamaña canallada, hace dudar de que alguien lo pariera.

Puede ser que la víctima encuentre paz mental rodeada de su gente, mas con tristeza reconozco que nunca habrá olvido y los sentimientos de venganza los tendrá a flor de piel. Yo lo haría. Algunos opinan que la muerte de estos seres sería un premio, pero me parece que saberlos fuera de este mundo daría una satisfacción y no tendríamos que mantenerlos como lo que pasa con los criminales y violadores que abundan en las cárceles del país, gozando de los beneficios que les otorga el mamotreto, al punto que se llaman ahora PPL, votan y están llenos de privilegios que para nada los deberían tener. El poder del dinero mal habido los convierte en fenómenos manejados por los capos y naturalmente juegan con la muerte sin importarles el dolor que han causado a extraños y familiares. Estos seres exigen hasta la atención del presidente de la República y son una carga económica para el Estado.

Es de resaltar que los enemigos del orden establecido también se valen de los reos para caotizar y conseguir lo que perdieron hace poco. No creen que pronto van a ser sus compañeros de encierro si es que el presidente se zafa del dogal que lo tiene coqueteando con el circo repleto de gente nada preparada al servicio del prófugo y sus aliados.

Comprobar que lo robado sirve para desbrozar el camino del retorno a la fiera herida y su jauría, da asco.