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El que pestañea primero, ¡pierde!

Avatar del Francisco Swett

No puede darse el lujo de pestañear primero, sino desenfundar las ideas y estrategias requeridas para salir victorioso en el duelo de voluntades’.

Tal cual el juego de niños, el que pestañea primero, ¡pierde! Pasa también en la vida política cuando los guerrilleros de la oposición desafían a los presidentes, en este caso Biden y Lasso, en escenarios diferentes, con riesgos no necesariamente iguales, con armas de diferente calibre, pero, en común, con la clara intención de liquidarlos.

Biden tiene una agenda de cambio social que costará $3,5 trillones a lo largo de una década para, entre otros, proveer asistencia social a niños y ancianos, ayuda educativa y, en general, entregar recursos extraídos de los contribuyentes de alta gama, a quienes, reversando los recortes de impuestos de Trump, les subiría las tarifas impositivas del 20 % al 28 %. En la visión política de Biden, empujado por el ala de izquierda del Partido Demócrata, la agenda social y la modernización de la infraestructura son legados que deben marcar la época.

El laberinto es complejo. Luego de entrecruzar amenazas y acusaciones de “tua culpa non est mea culpa” los demócratas aceptaron la propuesta del líder McConnel de los Republicanos para, literalmente, “patear la lata” para delante, subiendo el techo de la deuda federal a $30 trillones. Con eso se evita, por el momento, que el Tesoro americano se quede sin fondos y caer en desahucio (default) en la deuda actual que cifra $ 28 trillones. Se hubiesen afectado los mercados, subido el desempleo al 9 % y dejado de pagar los cheques de la seguridad social y las fuerzas armadas; hubieran subido los intereses y el dólar, moneda de reserva, habría descalabrado la economía global. Los republicanos hacen caso omiso de que la deuda subió en $ 7,5 trillones durante el gobierno de Trump. Hay escaramuzas de tipo parlamentario utilizadas por ambos bandos, pero, al final, de lo que se trata es de descarrilar la agenda social y provocar el derrumbamiento del legado de Biden, atacando la reconocida práctica -de todos los gobiernos- de poner impuestos y gastar todo el dinero, y demás.

Así es la política: ¡la economía es rehén de los intereses del poder! En nuestro medio, Guillermo Lasso, haciendo de capitán y marinero en su propio gobierno, se enfrenta a los que quieren, con la vocinglería propia de la turba, reventar la economía y hacer polvo la agenda del gobernante. Quieren combustibles a precio regalado (que sirve, entre otras gracias, para subsidiar la cocción de pasta de cocaína), que los asaltos de octubre de 2019 sean olvidados, que se perdonen sus deudas con la banca pública y privada, y que la gente pague más por los alimentos; exigen tener su ley y cortes, y gozar de nacionalidades aparte. Si el gobernante no cumple con los pedidos, entonces vendrán las nuevas marchas, podrán repetirse los eventos del octubre rojo, y, en los sueños que inspiran a los protestantes, tomarse el poder para transitar hacia el comunismo indigenista.

Biden habrá de recularse hasta el límite de sus posibilidades en un juego que conoce íntimamente. Lasso, novato en estas lides y contra contrincantes elementales pero rudos, ha trazado sus líneas rojas, algunas mal concebidas. Probablemente tendrá que enfrentar las calles, las plazas y la legislatura cual corte de Caifás. No puede darse el lujo de pestañear primero sino desenfundar las ideas y estrategias requeridas para salir victorioso en el duelo de voluntades.