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La heurística y los ídolos de la percepción

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Es, por el contrario, aceptar que la búsqueda del conocimiento demanda la compañía de la filosofía, la lógica rigurosa y la ciencia, derrumbando, paso a paso, los ídolos que pueblan la mente

¡Qué extraña palabra!: heurística; es un término que, a pesar de su poco uso, encapsula el conjunto de creencias, motivos, y pensamientos que animan nuestro diario vivir, desde lo material (sea técnico o existencial), hasta lo abstracto. Es el empirismo que se erige como alternativa al estudio, a la investigación y a la ciencia para explicar la realidad.

Francis Bacon (1561-1626), filósofo y estadista inglés reconocido como el padre del método científico, estableció que la arquitectura de la mente humana está diseñada para experimentar la realidad desde una óptica predeterminada que conduce a los “perjuicios cognitivos” (cognitive biases), a los prejuicios, y al empirismo. Nuestras creencias, sentimientos, preocupaciones, cultura e idioma constituyen las piezas de una “armadura psico-genética” que, actuando en conjunto, construyen nuestra percepción. Según Jonny Thomson, profesor de Filosofía de la Universidad de Oxford, el legado de Bacon, vertido en las nociones de los “cuatro falsos ídolos”, nos permite reconocer las barreras que obstaculizan la búsqueda de la verdad, sujeto a que mitiguemos la influencia de la heurística.

¿Y cuáles son esos falsos ídolos? La respuesta es: la tribu, la cueva, el mercado y el teatro. Sin entrar en detalles epistémicos, el argumento de Bacon respecto de la tribu se refiere a la tendencia que tenemos para “ordenar” aquello que por naturaleza es aleatorio (ver rostros en las nubes y apariciones en la penumbra, confundir causalidad con correlación). La cueva, determina nuestras creencias y normas de conducta, y las consagra como la forma correcta de ser (guiarse por las teorías de conspiración, marchar contra las vacunas, ser discípulo de tal o cual “influencer”). El mercado, en realidad el ‘marketing’ del mensaje, es la tarima favorita de los políticos, de aquellos de quienes fluyen las soluciones simples y las acusaciones sin fundamento; las palabras tienen el efecto deseado sobre el entendimiento (“cuando roben, roben bien”) y la enorme ventaja de la negación (“me sacaron de contexto”). El teatro, finalmente, es el escenario que escogemos, la moda, la canción o el artista del momento; sin dislocar la importancia de las noticias y limitándonos a cómo se labra la percepción colectiva, el ídolo del teatro hace presencia cuando la mente acepta lo falso como lo real, el culebrón como la vida real, la corrupción como norma aceptable de conducta, el COVID como una creación del Dr. Strangelove, los precios del arroz y las protestas dramáticas de los maestros como las soluciones a los problemas sociales.

Los ídolos se sustentan en el empirismo, y ello no niega que la experiencia es una gran maestra: siempre y cuando se aprenda de ella. Inspirado en Bacon, y prestando palabras de Thomson, la búsqueda de la verdad demanda reconocer y cuestionar nuestros perjuicios y prejuicios, no aceptar sin beneficio de inventario o sentido crítico cualquier idea como verdad axiomática, o basarnos en silogismos elementales. Es, por el contrario, aceptar que la búsqueda del conocimiento demanda la compañía de la filosofía, la lógica rigurosa y la ciencia, derrumbando, paso a paso, los ídolos que pueblan la mente.