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Guayaquil: historia sin memoria

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Esta remembranza es un llamado al Municipio para que recapacite, actúe y rectifique el sendero del olvido y la indiferencia por el que transitamos

Cual desmemoriado que pierde su identidad, Guayaquil es un paciente amnésico cuya realidad se desenvuelve en un tumulto de formas que pretende pasar por arquitectura moderna; son las vías desbordadas de tráfico caótico y la atmósfera envuelta en carbón y azufre; son sus esteros y espejos de agua cegados y los escasos árboles que ocasionalmente interrumpen el gris del cemento en una urbe cuyo clima y condiciones la requieren verde. Moramos de espalda a un río espectacular, hoy obstaculizado por puentes estultos que han arruinado la navegación.

Me adentro en las memorias y veo una ciudad que desapareció y con ello la historia que la acompañó. Recuerdo el antiguo edificio del Banco Central, gallardo y sobrio con su enorme reloj; camino por los portales de la Nueve de Octubre que recorría a diario y atravieso el parque Centenario viendo a sus caracteres: el fotógrafo de la vieja cámara, y don Eloy Ortega con su telescopio invitándonos a observar el cielo estrellado. Me sumerjo en la Piscina Municipal de Las Peñas, donde quedó grabada la primera memoria acuática de mi vida, para ver hoy góndolas aéreas que carecen de gracia; traigo a la mente las fachadas originales del Hotel Metropolitano y el que hoy ocupan los abogados, condenadas al anonimato. Quedan las fotografías y unos cuantos videos de aquel Guayaquil y sus casas con los comercios en planta baja, de los falsos balcones y las ventanas con chazas que se alzaban para refrescar el ambiente.

La disfuncionalidad urbana teje un relato apesadumbrado no obstante las manifestaciones de progreso. Me cuento entre los que llevamos adelante la idea de salvar el Hospicio, la casa del tío Julián, el Banco Territorial y otras edificaciones relevantes. He estado en Singapur y Cantón y quedé sorprendido de la similitud de los estilos arquitectónicos con el nuestro tradicional, y de cómo han sabido conservar su patrimonio y lograr que lo histórico coexista con lo ultramoderno. Experimento sana envidia cuando veo cómo Quito, Cuenca, Riobamba y los pequeños pueblos serranos preservan el pasado. Se dirá que lo nuestro estaba condenado por ser de madera, pero claro, en la ausencia de mantenimiento, con el paso de los años, hasta el hierro sucumbe ante la herrumbe. Me doy la vuelta y veo un Anfiteatro Anatómico convertido en un “murcielagario” y sitio de reunión de adictos; la antigua Facultad de Medicina, posteriormente Politécnica, cual mausoleo olvidado, y la Casona Universitaria corriendo el riesgo de caer en pedazos; quedan tan solo los recuerdos de la Aduana, donde veía a las grúas descargar y cargar a los vapores en una ría que vibraba con actividad.

Como lo han probado nuestros estudiosos, ciudadanos ejemplares que han luchado por la preservación del Archivo Histórico y reclaman por el expolio patrimonial, Guayaquil sí tiene ancestro y ocupa un sitial singular.

Esta remembranza es un llamado al Municipio para que recapacite, actúe y rectifique el sendero del olvido y la indiferencia por el que transitamos. No son paredes pintarrajeadas lo que queremos; son manifestaciones de liderazgo, sentimiento y visión, como este Diario lo ha reconocido insistentemente, que reclaman la urbe que los guayaquileños se merecen.