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Francisco Rosales Ramos | Partidos políticos

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La reforma debe empezar con la reinscripción de todos los partidos y movimientos que cumplan los requisitos que la ley fije.

La munida frase de que “no hay democracia sin partidos políticos” es evidente en el caso de Ecuador.

El deterioro de la calidad de buena parte de los asambleístas y otros órganos colegiados ha llegado a límites que superan el ridículo para convertirse en manera de esquivar enjuiciamientos penales a cuenta de la inmunidad que protege a los candidatos desde su inscripción hasta la proclamación de los resultados electorales. Y el aforamiento posterior si resultan elegidos.

Partidos políticos que sean tales y no simples organizaciones electorales que aparecen con el candidato y desaparecen luego de las elecciones, al menos impedirán casos como el ‘del tubo a la Asamblea’ o propietarias de casas de lenocinio.

Los partidos, por definición, deberán tener ideario y plan de gobierno concretos y coherentes que permitan identificarlos ideológicamente; y, muy importante, tomarles cuenta de su labor de formación a afiliados y dirigentes.

Mientras haya más de 280 partidos, movimientos o grupillos que viven del alquiler a candidatos de última hora y, sobre todo, que permitan participar en los procesos electorales a aventureros y advenedizos sin cumplir más requisitos, la Asamblea, los municipios y los consejos provinciales continuarán siendo reducto de mediocres y rémora para el desarrollo del país, además de campo idóneo para la corrupción y el engaño.

La reforma política deberá empezar con la reinscripción de todos los partidos y movimientos que cumplan con los requisitos que la ley fije al respecto. Y posteriormente deberán desaparecer de pleno derecho, si en cualquier elección no alcanzan un número de votos al menos igual al de sus patrocinadores. A su vez, los que no alcancen al menos el 3 % del padrón electoral respectivo, no podrán participar en la asignación de escaños.

La tarea no es fácil, porque se afectan intereses de caudillos y aventureros, pero gobernar es desafiante si se propone enrumbar a la nación, trascender y no solamente colocar su retrato en el Salón Amarillo.