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Por la paz en Colombia

Avatar del Francisco Huerta

Solo el diálogo acabará con el vandalismo infiltrado que desvirtúa la legítima protesta social’.

Antigua y grata es mi relación con la patria de Santander, Gaitán y García Márquez. Los tres colombianos mencionados son representativos de categorías muy visibles y entremezcladas: el respeto a la ley, la violencia y una desbordada creatividad.

Por supuesto, las tres tienen periodos en que se vuelven predominantes y causan asombro al vecindario, como cuando no se permite la manipulación constitucional para instaurar la reelección presidencial indefinida, o cuando desde el narcotráfico o la política o ambas coludidas, se instaura el asesinato y el terrorismo por la vía del sicariato y las bombas explosivas, o cuando con enorme voluntad de paz se persigue el cese de la guerra civil no reconocida como tal, aunque cuando se logra ponerle fin se habla de sellar la paz.

Ahora, es de nuevo la violencia en las calles de algunos de sus múltiples desarrollos urbanos -Colombia es un país de ciudades- lo que conmueva a la nación, al continente y al mundo. Es una obviedad señalar que la paz de Colombia es también la paz del Ecuador y que por ello resulta obligatorio propender a ella. Lo intenté antes, participando en una peligrosa y extenuante visita a un campamento guerrillero del -19. Allí, a más de la experiencia de conversar con sus líderes y conocer desde sus puntos de vista las razones para decidirse por la vía de las armas, recibí una dura lección de sociología práctica cuando le pregunté a un adolescente con un fusil más alto que él, porqué estaba allí: porque aquí como, me contestó. Es triste ver a un niño jugando a la guerra para garantizar su comida. El viejo Lenin sabía de qué hablaba cuando proclamó: Dadme un pueblo hambriento y yo os daré una revolución.

Los acuerdos de paz contuvieron a los guerrilleros pero no avanzó la República en el combate a la desigualdad y, por eso, exacerbadas las dificultades de los más humildes por la COVID-19, ante la posibilidad de nuevas cargas tributarias la población deja sentir su descontento en calles y plazas.

Ahora, con una violencia que lo visibilizó, se impone el diálogo y Cali es un buen escenario para continuarlo.