Columnas

Necesidad de un GANE

Espero que el anuncio sobre la integración del nuevo gabinete ministerial, que comentaré el domingo, haya satisfecho los anhelos del pueblo ecuatoriano...

Espero que el anuncio sobre la integración del nuevo gabinete ministerial, que comentaré el domingo, haya satisfecho los anhelos del pueblo ecuatoriano, y las necesidades políticas del nuevo gobierno, que se entienden y se aceptan, en tanto no se designen corruptos, ni se hagan concesiones que favorezcan la impunidad.

Por de pronto, deseando un rápido avance en los acuerdos requeridos para la elección de los dignatarios de la Asamblea Nacional, insisto en que hay motivos y razones suficientes para aspirar a un de larga data soñado, Gran Acuerdo Nacional Ecuatoriano, que como en su acrónimo constituye la palabra GANE, no faltó quien diga que recordaba el nombre de una lotería. Reitero ahora que la lotería sería lograrlo. No es por gusto que tenemos un ave de rapiña que devora carroña en el escudo, pero bien vale recordar que también está el sol, y eso significa que en el Ecuador amanece todos los días.

Con optimismo entonces, bien vale conseguir un deseado equilibrio en las funciones del Estado. El Ejecutivo, en sus aspectos políticos, económicos, y el Legislativo cuidando de lo social, pueden construirle una vía de progreso a la República. No podemos despilfarrar ni la voluntad popular expresada en las urnas, ni el simbolismo del 24 de Mayo, próximo a cumplir un Bicentenario. Los padres fundadores, que con todo esfuerzo y sacrificio hicieron nuestra Independencia, merecen el respeto mínimo evidenciado en la posibilidad de llegar a acuerdos, más todavía cuando la magnitud de las distintas crisis que enfrentamos lo hace deseable con urgencia.

Ojalá la madurez de los nuevos asambleístas y esperemos que también su patriotismo, nos posibiliten un periodo de construcción de una nueva República. Si no se aprovecha la actual coyuntura de entusiasmo democrático, corremos el riesgo de que los recién derrotados se reorganicen y recuperen su rol obstruccionista frente al intento de conducción armónica de la nación, en cuyo caso, pensando en Cristo y en los mercaderes del templo, el pueblo tendrá que sacarlos a latigazos o el gobierno deberá convocar a una muerte cruzada.