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La improvisación como estilo de vida

Avatar del Francisco Huerta

¡Qué más queda! No es posible otra actitud que la de tomarse el pelo. Más todavía cuando se usa barba. Creo que debería afeitármela’.

Desde la escuela y el colegio, un poco menos en la universidad, se deja todo para última hora y se “calientan” los temas de los exámenes.

Como la evaluación es laxa, muchos que no tienen el conocimiento adquieren el título y luego hasta logran hacerse elegir para cualquier cargo de ámbito local o nacional.

La fragmentación del electorado, dada la proliferación de los grupos políticos, es horripilante; cualquier “notorio” de entre los veinte o más candidatos puede ganar la elección y, por supuesto, llegará a su cargo a improvisar.

Si obtienen una designación para ejercer en la administración local, permitirán edificar y construir infraestructura donde la técnica no lo aconseja y cuando se produce la tragedia que arrasará las vidas y las obras, se le echará la culpa a que ha llovido como nunca antes en la historia y así, per sécula seculórum.

Si el notorio llega a cargos de ámbito nacional se darán casos que bien pueden ser denominados como emblemáticos, aunque esa denominación se utilizó para designarlos como programa bandera de algunos gobiernos.

Los proyectos hidroeléctricos son un buen mal ejemplo. Se los diseña para generar tantos megavatios, pero que se imponga fabricarlos para generar unos cuantos más, en ánimo de inflar el presupuesto, y las coimas, no es nada raro. Ahí, a la improvisación se suma la desaforada corrupción.

Otro caso de improvisación y corrupción son los aeropuertos fantasmas donde solo aterrizan los aviones del narcotráfico. Y de paso las autoridades locales que también obtuvieron algún extra en sus ingresos, incluso condecoran al “benefactor”.

Ni hablar entonces, ni para qué admirarse con la ausencia de planificación en el transporte urbano o en la concesión de permisos para nuevas ciudadelas a las que no se tiene ni cómo llegar ni cómo salir, sin sufrir un cotidiano embotellamiento.

Es triste, seguir acotando situaciones. Hacerlo resulta casi siempre inútil. Lo que pasa es que los articulistas somos tercos y además, ¿qué haríamos si los gerentes fuesen magníficos administradores de los dineros del Estado? Sería de muy mal gusto la loa cotidiana.