Premium

Gobierno al centro

Avatar del Francisco Huerta

La hora que vive la república está marcada por la esperanza de mejores días, logrados a partir de nuevos y positivos comportamientos...

Nuestra imperfecta democracia, democracia en ciernes, está dando manifestaciones de un cierto grado de maduración superior o, al menos, una toma de conciencia de que las cosas (entendiendo por tales el manejo de la política por parte de los políticos), tienen que cambiar.

Lo que acaba de ocurrir en Chile y el desprestigio que en todo el continente y en el mundo sufren los partidos políticos es una lección a no olvidar.

Ojalá sea madurez y no miedo lo que aparentemente está modificando los comportamientos. En todo caso, luego de las perturbaciones propias de esos procesos se ha designado a las autoridades de la función Legislativa y a las comisiones parlamentarias.

El milagro es que una vez rota la posibilidad de pactar con la corrupción y por ello rota por de pronto la unidad de la derecha, el Gobierno ha debido consolidar su mayoría en la Asamblea Nacional contando con partidos de centroizquierda y de izquierda.

Pareciera, en consecuencia, que el ejercicio del gobierno se dará siguiendo un derrotero que oscile en el centro político, de modo que sin la satisfacción plena de las legítimas visiones de cada tienda, se mantenga la imperativa armonía que el manejo de las múltiples crisis que afectan a la república requiere.

En todo caso, conviene no dejar de tomar en cuenta para cualquier análisis político, el hecho de la aparición de un viejo actor que hasta hace poco permanecía en intolerable y negativa pasividad y ahora parece que ha recuperado la voz y la voluntad de actuar: la opinión pública, la libre expresión de los medios de comunicación, sumada a la de los colectivos sociales más patrióticos y menos sectarios.

La hora que vive la república está marcada por la esperanza de mejores días, logrados a partir de nuevos y positivos comportamientos de los actores tradicionales que, entre otras obligaciones, tienen que recuperar prestigio y demostrar el sentido de su presencia y actividad en el escenario político, bajo el riesgo de que los independientes configuren de otra manera el ejercicio de una profesión que, como la prostitución, está entre las más antiguas del mundo.