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Las (d)emocracias latinoamericanas

Avatar del Francisco Huerta

"Hay que revalorizar el concepto de democracia haciéndolo sinónimo de sistema político que mejora la calidad de vida de las mayorías"

Si hay un nombre con solera en el vocabulario político latinoamericano, este es democracia. Lamentablemente, el paso del tiempo, la tradición que da por hechos ciertos “entendimientos”, lo ha venido desvirtuando, desnaturalizando. Pareciera que está haciendo falta llegar a un nuevo acuerdo conceptual respecto a qué entendemos, qué nos significa, ahora, la bendita palabra.

En una misma organización política se puede hacer el experimento: se solicita a diez miembros que escriban en un papel, cómo entienden el concepto democracia y las respuestas resultarán sorprendentes.

Queda claro: si es evidente que nos falta cultura política, ello incluye una gran falta, más lamentable todavía, de cultura democrática. Por ello ocurre lo que está sucediendo en Colombia, por ejemplo: se evidencian al mismo tiempo la legítima protesta social y el más desenfrenado vandalismo y, con seguridad, todos los ciudadanos participantes, salvo los que cumplen consignas específicas, dirán que están participando en una actividad democrática. Lo tristemente llamativo es que a nombre de la democracia se esté liquidando a una de las más sólidas de la región, al menos en su imagen externa que, si se mira despacio, la magnitud de la desigualdad fácilmente observable no autoriza a designar como democracia al régimen que impera en la patria de Santander y, por supuesto, en ninguna de nuestras respectivas patrias.

Así las cosas, Ortega se puede dar el lujo de llamar democracia a su satrapía, mientras elimina candidaturas que pueden arrebatarle el mando de su sufrida Nicaragua, que evidencia que fue en vano el sacrificio de Pedro Joaquín Chamorro.

Por supuesto, más allá de disquisiciones semánticas, lo que cabe es ponerse a construir democracia, partiendo de la conformación de ciudadanía, haciendo que los actuales habitantes con cédula se conviertan en ciudadanos, seres con plena conciencia de sus deberes y sus derechos, aunque no hayan leído ni a Platón ni a Aristóteles. Ni a Bobbio ni a Rawls.

Las democracias latinoamericanas necesitan recuperar su d de demos, pero también la d de dignidad. Lo actual es una caricatura.