Columnas

La democracia y sus enemigos

Se debe repensar la democracia, no solo para superar sus falencias sino también para defenderla
como sistema político del ataque de sus enemigos’.

Le presto el título de uno de sus libros a Ulrich Beck para insistir no únicamente en el anhelo de una democracia renovada, sino también vigorosamente defendida por los que creemos en su permanente perfectibilidad.

Sin hacer juicio de valor sobre la calidad de sus ejercicios gubernamentales, que no corresponde a la intención del presente cañonazo, cabe sumarse al repudio continental por el asesinato del presidente de Haití o el fallido intento contra el presidente de Colombia.

Queda claro que se desea crear caos en ámbito continental y, precisamente Colombia, dada la persistencia de las manifestaciones que derivan en intolerable vandalismo o por el homicidio o el atentado contra respetables líderes comunitarios y dirigentes políticos, es ejemplo de lo que sostengo.

Frente a esos hechos, la impunidad derivada del miedo, la irresponsable permisividad o la corrupción es inaceptable porque estimula la reincidencia y el aprovechamiento de los instrumentos de la democracia para atentar contra ellos.

Otras situaciones como el dilatado proceso de reconocimiento del resultado electoral en el Perú, son muestra de las debilidades institucionales que afectan la calidad democrática, tal cual sucede en el Ecuador y en varios países de la región; igualmente la degeneración de la mayoría de los partidos políticos de América Latina, convertidos en meros grupos electoralistas, con gerentes propietarios y sin líderes representantes de una clara definición doctrinaria.

Mas el enemigo fundamental de la democracia es no haber podido cumplir, incluyendo la culpa de los paréntesis dictatoriales, con la satisfacción de las necesidades humanas básicas. Muchas de las razones para que así ocurra no tienen que ver con la insuficiencia de la democracia como sistema político, sino con la impreparación de grandes conglomerados de habitantes, y también la de sus dirigentes.

Gran tarea es entonces, corregir la actuación de los partidos políticos o remplazarlos con movimientos ciudadanos más cercanos al interés del común y con afán servirlo en un ambiente de libertades y voluntad de progreso.