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La risa como política de Estado

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Las dictaduras convergen cuando la risa se prohíbe o la felicidad se vuelve obligatoria

Censura y miedo van de la mano. Se prohíbe lo que se teme. El miedo ha sido la herramienta preferida por el poder para controlar a la población. Da lo mismo el miedo al infierno, al castigo eterno o a la acción de la “justicia”.

Como cada 17 de diciembre, Corea del Norte conmemora el fallecimiento de Kim Jong-il, padre de Kim Jong-un, actual líder de ese país. Según la historia oficial, ese día, hace diez años, “una furiosa tormenta de nieve hizo una pausa, el cielo brilló con un deslumbrante color rojo sobre el monte Paektu y el hielo en el lago volcánico de esa montaña sagrada se quebró con un rugido aterrador”. Por disposición del “supremo líder”, este año, y durante diez días, las autoridades vigilarán que ningún ciudadano demuestre alegría ni realice ninguna actividad de ocio. La risa ha sido proscrita por decreto. ¿Qué pensarán sobre esto los ciudadanos de Guaranda, ciudad que en el 2018 declaró ciudadano honorífico a Kim Jong-un?

En la novela El nombre de la rosa, Umberto Eco usa el pretexto de la investigación de un crimen en una abadía para desarrollar un debate teológico entre posiciones antagónicas medievales. Entre ellas, el temor a la risa. Decía Jorge de Burgos, el bibliotecario ciego de la novela: “La risa mata el miedo y sin el miedo no puede haber fe, porque sin miedo al diablo ya no hay necesidad de Dios”.

En estos días el talibán Ministerio para la Propaganda de la Virtud y la Prevención del Vicio emitió nuevas prohibiciones y disposiciones, entre ellas recomendar que los hombres afganos usen barba y que las mujeres no puedan viajar sin velo y sin un acompañante masculino.

Si el vicio se lo reprime, la felicidad, en otros lados, se convierte en asunto de Estado. Así lo han hecho Nicolás Maduro con el Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo, o el Ministerio de la Felicidad de Bután o en nuestro país con la extinta Secretaría de Estado de la iniciativa presidencial para la construcción de la Sociedad del Buen Vivir. Las dictaduras convergen cuando la risa se prohíbe o la felicidad se vuelve obligatoria.