Fernando Insua Romero | Que no pasen más trenes amarillos

No queremos más enemigos inventados para tapar los que realmente amenazan nuestras calles
En Cien años de soledad, cuando Macondo sucumbía al silencio y la muerte, llegaba el tren amarillo. No traía pasajeros ni promesas. Traía cadáveres olvidados. El olvido organizado.
Hoy, con el país partido entre protesta y represión, esa imagen regresa como advertencia. Un manifestante ha muerto. No justifico la violencia de grupos radicalizados, ni que una mujer embarazada haya tenido que ser evacuada en helicóptero desde Ibarra por miedo a las amenazas. Pero tampoco puedo aceptar lo que muestran las imágenes difundidas por medios nacionales e internacionales: un joven herido, moribundo, y militares que agreden al civil socorrista que intenta asistirlo. Eso no es legítima defensa. Eso es saña. Deshumanización.
Apoyo la lucha del Gobierno contra el crimen organizado. Es el verdadero frente que exige unidad. Pero si en nombre de esa guerra se olvida todo lo demás -la justicia, la equidad, la promesa de futuro-, entonces el enemigo termina siendo la excusa perfecta para desviar el rumbo y hacer planes propios en medio de una guerra con el crimen que no da resultados.
Mientras se sube la gasolina se intenta justificar una remisión tributaria que benefició a grandes deudores del SRI y ya ha sido cuestionada por la Corte. ¿Qué mensaje se da? ¿Que hay que ajustarse el cinturón, pero no todos por igual?
Me parece inconcebible que ciertos partidos oportunistas se disfracen de pueblo para manipular el dolor. No quiero una Asamblea que nazca con el país fracturado, donde nos amenacemos entre ecuatorianos mientras las mafias siguen operando. Que la guerra no se convierta en teatro y que el Gobierno no olvide a quién debía combatir. No queremos más enemigos inventados para tapar los que realmente amenazan nuestras calles.
Si malos elementos de las Fuerzas Armadas obraron con saña, deben ser investigados y sancionados. La justicia también es defensa. Y sin ella se pierde la autoridad moral para conducir al país.
Estamos a las puertas de una gran reforma nacional. Que no sea otra oportunidad perdida. Que no se gobierne con odio, ni se proteste con saña. Y que esta vez el tren amarillo no encuentre a quién llevarse ni a quién silenciar.