Fernando Insua Romero | Pinti y el olvido

La democracia requiere, más que votos, ciudadanos lúcidos
Enrique Pinti, ese torrente verbal que era a la vez bufón y profeta, solía decir que en Argentina -y podríamos extenderlo a gran parte de Latinoamérica- los ladrones del pasado regresan al futuro. “Viene uno, roba, mata, destruye, y se va. Años después vuelve y dice: ‘¡Hola! ¿Me extrañaban?’. Y un joven de veinte años responde: ‘¡Yo no lo viví, déjenme elegir!’”. Esa ingenuidad, repetida elección tras elección, es la columna vertebral de nuestras frustraciones. La democracia sin memoria es solo una ceremonia. Y a veces una trampa. La manipulación se disfraza de participación, y la propaganda de ‘inversión social’ es apenas un clientelismo con PowerPoint. La regalocracia -el arte de regalar cosas en tarima para simular política pública- es un teatro del absurdo donde se cree que una comunidad se construye de tarimazo en tarimazo, con fotos genéricas de candidatos y discursos blandos disfrazados de políticamente correcto. Cualquier intento de cambiar las cosas de raíz es visto como autoritarismo o dictadura.
Pinti hablaba de la historia argentina con ironía y dolor. Su humor era una advertencia que podemos extrapolar a Ecuador, algo así como: las revoluciones pasan, los terroristas caen, los populismos se pudren… pero los que lavaron dinero, quebraron hospitales, hundieron sistemas de salud o reventaron los servicios públicos no desaparecen. Se acomodan, se callan, se reciclan. Y cuando la memoria flaquea, vuelven como ‘la nueva esperanza’. Lo terrible no es que vuelvan, es que los aplaudan. Que jóvenes, sedientos de causas que les den identidad, que no tienen la culpa de haber nacido tarde pero sí la responsabilidad de estudiar y preguntar, repitan eslóganes sin contexto. Se convierten en carne de cañón de los mismos que destruyeron el país que ellos quisieran heredar.
La democracia requiere, más que votos, ciudadanos lúcidos. Y eso no se logra con banderas y discursos, sino con memoria para distinguir entre un plan y una pantomima, y vergüenza de votar a quien ya fracasó. Lo dijo Pinti sin piedad: “¡Nos encanta repetir la historia! ¡Y la repetimos con entusiasmo!”. Si no lo detenemos, lo haremos otra vez. Y esta vez no podremos decir que no lo sabíamos.