Premium

Fernando Insua: Los museos están vivos

Avatar del Fernando Insua Romero

En Guayaquil, la violencia no tiene la última palabra.

Guayaquil no es solo puerto y comercio, no es solo el rugido de su tráfico ni el eco de su historia. Es también cultura en movimiento. En medio de una ciudad golpeada por la violencia, hay espacios que resisten, que respiran. Uno de esos lugares es el Museo de la Música Popular Julio Jaramillo, que en su aniversario nos recuerda que la memoria de la música ecuatoriana late en cada acorde de pasillo y en cada verso que aún recorre las calles.

Pero este no es el único museo que lucha por mantener viva la ciudad. Guayaquil tiene una red de espacios culturales que buscan renovarse y atraer a la ciudadanía. El Museo Municipal, con su invaluable colección histórica y artística, suma nuevos enfoques expositivos y sigue siendo, más que nunca, un referente para conocer la identidad de la ciudad. El Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), pese a años de dificultades, está encontrando, gracias a su capacitada dirección, nuevas formas de acercarse al público con exposiciones dinámicas y actividades que invitan a la reflexión. No se puede olvidar el Museo Presley Norton, que resguarda el pasado prehispánico del litoral, ni el Museo Nahim Isaías, cuya colección de arte colonial y muestras innovadoras revelan la pluralidad que nos define. También está el Museo del Bombero Ecuatoriano, que rinde homenaje a los héroes anónimos de la ciudad y a tan prestigiosa institución, y el Museo del Cacao y del Chocolate, que cuenta la historia del ‘grano de oro’ que alguna vez convirtió a Guayaquil en el epicentro económico del país.

Los nombro porque debemos conocer nuestros espacios, que no son solo vitrinas del pasado, sino puntos de encuentro, de aprendizaje, de vida cultural. La reciente charla Las calles de Guayaquil, en el Museo Municipal, demostró que hay interés, que hay historias que siguen vivas. Pero ningún museo sobrevive sin su gente. Son los ciudadanos quienes deben darles aliento con su presencia, porque una ciudad sin cultura es una ciudad sin alma.

En Guayaquil, la violencia no tiene la última palabra. La tienen la música de Julio Jaramillo, el arte de sus museos, la memoria que se resiste a ser olvidada.