Fernando Insua Romero | Aquí-les levantó el polvo

La Asamblea Nacional tiene una responsabilidad ineludible: aclarar e investigar todo lo que le atañe
El alcalde de Guayaquil, Aquiles Álvarez, fue a Quito a rendir cuentas ante la Comisión de Fiscalización. Pero, fiel a su estilo, no se limitó a responder, sino que contratacó; en pocas palabras levantó el polvo. En un giro inesperado, terminó cuestionando a quienes lo interrogaban, exigiendo explicaciones sobre el caso Porsche y preguntando por qué no se fiscalizan otros temas, como Progen.
El episodio, más que un intercambio político, fue una balacera cruzada: dejó al descubierto el divorcio total entre el gobierno central y la administración local. Ya no se trata de una diferencia de visiones, sino de una fractura institucional que, lejos de fortalecer la transparencia, la vuelve difusa.
Mientras tanto, los ciudadanos observamos una lluvia de acusaciones que poco aclara y mucho confunde. Se lanzan nombres, se insinúan responsabilidades, pero las respuestas brillan por su ausencia. Y lo que debería ser una oportunidad para transparentar los hechos termina convirtiéndose en un espectáculo más.
La Asamblea Nacional tiene una responsabilidad ineludible: aclarar e investigar todo lo que le atañe, sin mirar banderas ni afinidades ideológicas. Se puede apoyar al presidente en muchas de sus acciones, pero eso no significa permitirlo todo ni callar ante lo que debe examinarse. Precisamente para devolver la confianza a la ciudadanía, la fiscalización debe ser pareja, valiente y sin cálculo político o, peor aún, teledirigida.
La pregunta es: ¿quién despejará ahora todo el polvo que levantó Aquiles? ¿Quién limpiará esta tormenta de arena que dejó en el aire? ¿Quién explicará lo que quedó suspendido entre aplausos y silencios? Porque si no se limpia pronto, el polvo terminará cubriéndolo todo con una capa de sospechas.
Porque en esta polvareda solo nos preguntamos: ¿a quién beneficia realmente este divorcio entre el Gobierno y la Alcaldía?
Creo que a nadie porque vivimos en una ciudad asediada por amenazas, bombas y el miedo; con un comercio que sobrevive apenas entre incertidumbres, con locales cerrados, y una convivencia ciudadana que ya se resiente de tanto recelo y de tan poca empatía.
Quizá, al final, tanto ruido político solo termina tapando lo esencial: la necesidad urgente de volver a confiar y de volver a convivir.