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La gota que derramó el vaso

Avatar del Fernando Cazón

'Guayaquil de mis amores pasó a ser Guayaquil de mis dolores. Drogas, disputas entre bandas delincuenciales, balas perdidas, asaltos y muertos son nuestra carta de presentación al mundo, que ve a nuestra ciudad con ojos de terror’.

Durante los últimos meses Guayaquil ha sido víctima de una descontrolada ola de violencia y muerte. Todos los días despertamos con la noticia de que pobres mortales pasaron a mejor vida a punta de bala disparada por sicarios, seres desalmados que encontraron en este terrible oficio de mandar gente al más allá, una manera de “ganarse la vida”. Y de poco o nada sirve mandar a estos delincuentes a pagar condena a la prisión, ya que ahí se vuelven a juntar con sus jefes, que en muchas ocasiones son quienes dan la orden de jalar el gatillo, como si la libertad nunca la hubiesen perdido.

Guayaquil de mis amores pasó a ser Guayaquil de mis dolores. Drogas, disputas entre bandas delincuenciales, balas perdidas, asaltos y muertos son nuestra carta de presentación al mundo, que ve a nuestra ciudad con ojos de terror. Y a esta película de clasificación “R” -con escenas de violencia no aptas para menores de edad, en realidad no aptas para nadie- se le suma la aparición de Los Fantasmas, la liga de la justicia ecuatoriana, los “salvadores criollos” que se hicieron conocer a través de redes sociales con la consigna de eliminar a todo mal elemento causante de tanto derramamiento de sangre, y que también prometieron acabar con los amos y señores de las cárceles que dirigen esta orquesta de muerte. De ser real esta advertencia seríamos gobernados oficialmente por el miedo y la violencia. Lo más irónico es que más de uno aplaudió a este moderno “escuadrón de la muerte” y a su idea “revolucionaria” de acabar con todo pilluelo; una forma suicida de salvarnos.

Pero como siempre debe existir la gota que derrama el vaso, el país dijo: ¡no va más!, luego de que en un asalto en el sur de Guayaquil, en un cruce de balas entre un policía y el malhechor, perdiera la vida un pequeño de once años. Lo que más duele es que tuvo que morir un niño para que el Gobierno reaccionara y actúe sobre la marcha, algo que hace meses el pueblo ecuatoriano estaba esperando.

Así, iniciamos un nuevo estado de excepción por sesenta días, esperando que detenga tanta sangre y dolor. Mientras tanto seguiremos cuidándonos y rogando que Dios nos vea con ojos de bondad.