Ernesto Albán Ricaurte | La historia en bucle
Para ser asambleísta basta con ser mayor de edad. Ningún requisito adicional de formación, trayectoria o probidad
La convocatoria a una Asamblea Constituyente despierta más dudas que certezas. En teoría, se busca refundar el Estado y modernizar las instituciones; en la práctica, el país corre el riesgo de repetir los mismos errores y actores que han marcado su inestabilidad política. Hoy solo tres fuerzas políticas tienen capacidad real de incidencia: ADN, que controla Ejecutivo y Legislativo; el correísmo, con su maquinaria electoral; y la Conaie, dividida y sin liderazgo nacional. Ninguna encarna la representación amplia y plural que un proceso constituyente requiere.
El estatuto de funcionamiento prevé que las decisiones se adopten por mayoría calificada de dos tercios. Ese mecanismo, pensado para forjar consensos, puede convertirse en un candado. Bastará con una minoría cohesionada para bloquear el proceso. Y el correísmo, que considera la Constitución de Montecristi su obra esencial, tiene incentivos claros para hacerlo. Aquella Carta de 2008 no es solo un texto, es su proyecto político convertido en norma. Boicotear la nueva constituyente sería una forma de defender su legado y evitar que se lo derogue.
A ello se suma un hecho inquietante: para ser asambleísta basta con ser mayor de edad. Ningún requisito adicional de formación, trayectoria o probidad. Es decir, cualquier persona podrá redactar la nueva Constitución del Ecuador. En un país donde la política se confunde con improvisación, esa apertura extrema desnaturaliza la idea misma de representación y vacía de sentido la promesa de renovación institucional. Una constituyente no debería ser una plaza abierta a la demagogia, sino un espacio de deliberación responsable, donde se definan los acuerdos sociales más importantes para la República.
Ecuador parece condenado a girar sobre sí mismo: cada crisis se enfrenta con la ilusión de una nueva Constitución, como si cambiar las palabras bastara para cambiar la realidad. Pero ningún país se salva escribiendo otra Carta Magna; se salva haciendo cumplir la que ya tiene. Una Constitución no se redacta desde la confrontación, sino desde la responsabilidad. Mientras no lo entendamos, la historia seguirá, una y otra vez, en bucle.