Ernesto Albán Ricaurte | El Trencito Azul es el campeón
A esta camiseta le sobraban años y le faltaba una vuelta olímpica
Hay una frase que guardé toda la vida para decirla con mi padre. Este jueves me tocó decirla solo: El Trencito azul nos hizo campeones. Este 18 de diciembre de 2025, en el estadio Atahualpa de Quito, Universidad Católica ganó 3-2 a Liga de Quito; en un partido intenso, con grandes goles y un final dramático, levantó la Copa ‘Ecuador’, escribió su primer título grande y convirtió la espera de toda una vida en una realidad.
A esta camiseta le sobraban años y le faltaba una vuelta olímpica. El club nació en 1963 y construyó su sitio en Quito a base de trabajo y paciencia. Estuvo cerca, volvió a intentar, se cayó y se levantó. Tuvo dos subcampeonatos en los años setenta que se recuerdan con dolor, tuvimos un paso largo por el descenso y muchas temporadas en las que el ‘Trencito’ parecía listo para partir. Pero hubo hinchas fieles que se hicieron cargo del equipo cuando todo parecía perdido.
Lo más personal de esta historia lo aprendí en la tribuna. Mi padre era el mejor de los hinchas: de los que van aunque no haya celebración y vuelven el domingo siguiente. En mi infancia y juventud íbamos a ver a la Católica casi todas las semanas: frío, grada, empanadas de morocho y conversación larga de regreso a casa. Yo era niño y él, en esos graderíos, me enseñaba dos cosas: que se puede querer sin condiciones y que la esperanza, para sostenerse, necesita constancia.
Él no alcanzó a ver este día. Y eso pesa. Porque hay alegrías que uno quisiera compartir con quien nos enseñó a celebrarlas. En medio del ruido de la celebración me quedé con una idea en la cabeza: si el fútbol tiene algún mérito, es fabricar memoria. Y la mía está hecha de él, de esos domingos repetidos que hoy, de alguna forma, encuentran su recompensa.
He esperado 53 años para ver campeón al equipo que seguí con mi padre. Por eso, este título para mí, no es solo una vuelta olímpica: es un domingo que al fin llega, una conversación que se retoma, una manera de decirte -tarde, pero claro- que valió la pena seguir creyendo.