Ernesto Albán Ricaurte | El Nobel de Machado y su lección al Ecuador

Si algo enseña María Corina Machado es que el poder moral, aunque invisible, termina siendo el más transformador
El Nobel de la Paz a María Corina Machado es más que un reconocimiento: es una declaración de principios. Premia una lucha no violenta por elecciones libres y una transición justa y pacífica. En tiempos de atajos autoritarios el mensaje es que la democracia se defiende con transparencia y reglas claras.
María Corina ha enfrentado prohibiciones, amenazas, cárcel para sus aliados y seguidores, pero nunca renunció a la vía cívica. Ha hecho de la resistencia pacífica una estrategia de poder moral. Por eso, la Fundación Nobel quiso subrayar que el cambio político puede impulsarse sin violencia, con legitimidad y participación ciudadana. En un continente acostumbrado a la confrontación, esa distinción vale más que el mismo galardón.
¿Por qué importa? Porque la visibilidad protege. Un premio así dificulta la represión, obliga a dar explicaciones y eleva el estándar internacional. No resuelve la crisis venezolana, pero fija prioridades: urnas confiables, Estado de derecho, y garantías para todos. La causa deja de ser “local” y se vuelve de escrutinio global.
¿Y Ecuador? La comparación incomoda. Aquí también la democracia se juega todos los días, los ciudadanos pedimos: preguntas claras en las consultas, procedimientos limpios en las leyes, jueces independientes, prensa que pregunte y ciudadanos que vigilen. Como sociedad deberíamos estar conscientes que, la eficacia sin legalidad genera vértigo, y la legalidad sin eficacia, genera inmovilidad. La democracia se sostiene en el equilibrio mutuo.
La comparación duele porque, mientras en Venezuela la oposición gana autoridad moral resistiendo sin armas, en Ecuador algunos sectores confunden oposición con sabotaje, protesta con destrucción, desacuerdo con odio. La violencia política no construye democracia: la destruye.
Este Nobel redefine las prioridades: sin ética pública no hay política posible. La democracia no se hereda ni se improvisa; se cultiva en la conducta diaria de quienes gobiernan y de quienes disienten. Si algo enseña María Corina Machado es que el poder moral, aunque invisible, termina siendo el más transformador.