Mark Leonard | Tiempo de decisiones para Europa
Ante este panorama, Europa debe pensar más allá del corto plazo y evitar un desastre estratégico
Europa debe tomarse en serio a Ucrania. El presidente ruso, Vladimir Putin, representa la mayor amenaza para la seguridad europea desde el final de la Guerra Fría. Sin embargo, los líderes europeos han reaccionado de forma defensiva ante la estrategia del presidente estadounidense, Donald Trump, en lugar de actuar con iniciativa propia. Su enfoque ha consistido más en gestionar crisis que en proteger activamente sus intereses estratégicos.
A comienzos de año, muchos gobiernos europeos confiaban en mantener el apoyo de Estados Unidos mediante la compra de armas y gas natural licuado. También demostraron cierta capacidad de coordinación tras episodios diplomáticos difíciles, como la tensa reunión entre Trump y el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. No obstante, estos esfuerzos han sido insuficientes: Europa sigue nadando contra corriente, tanto en Washington como en Moscú, e incluso en Kiev.
En Estados Unidos, la agenda de Trump choca directamente con los intereses europeos. Sus asesores y aliados buscan imponer una ‘paz’ rápida a cualquier precio, normalizar relaciones con Rusia para obtener beneficios económicos y reducir la presencia militar estadounidense en Europa. La Estrategia de Seguridad Nacional de su administración confirma estos objetivos, dejando a los líderes europeos sin margen para la negación.
Por su parte, Putin continúa plenamente comprometido con la guerra. Rusia ha reorientado su economía hacia el esfuerzo bélico y produce mucha más munición que Ucrania, además de superar a este país en drones e introducir tecnologías difíciles de contrarrestar. En el plano diplomático, su estrategia de marginar a Europa, atraer a Estados Unidos y presionar a Ucrania parece estar funcionando, como demuestra la creciente presión de Trump sobre Zelenski para aceptar condiciones desfavorables.
La situación interna de Ucrania también se deteriora. Aunque su población ha mostrado una valentía extraordinaria, el cansancio es evidente. La ayuda militar se redujo significativamente durante el verano, el ejército sufre una grave escasez de efectivos y aumenta la resistencia al servicio militar obligatorio. A ello se suma una crisis política causada por un escándalo de corrupción que ha sacudido al entorno del presidente.
Ante este panorama, Europa debe pensar más allá del corto plazo y evitar un desastre estratégico. En lugar de limitarse a reaccionar a iniciativas de Estados Unidos y Rusia, debe presentar su propio plan y reivindicar su papel como garante de una paz duradera. Un paso esencial es movilizar los activos rusos congelados, suficientes para financiar a Ucrania durante al menos dos años. La incapacidad europea para resolver este asunto ha proyectado una imagen de debilidad.
Europa también debe definir qué resultado considera realista para el próximo año. Ucrania no puede sostener indefinidamente una guerra de desgaste. Esto exige debates serios sobre garantías de seguridad creíbles, incluyendo mecanismos automáticos de sanciones y suministro de armas si Rusia vuelve a atacar, así como la disposición a dialogar directamente con Moscú.
Aunque la continuidad de una Ucrania democrática y soberana no es negociable, algunos compromisos serán inevitables. La adhesión a la OTAN parece inviable y habrá que aceptar, sin reconocerla legalmente, la ocupación rusa de parte del territorio. Si Europa fracasa en este esfuerzo, confirmará su debilidad. Si tiene éxito, reforzará su credibilidad global y su propia seguridad.