La “controlcracia” de Xi Jinping perdió el control

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El pueblo chino se merece algo mejor. Ellos y el resto del mundo seguirán pagando un alto precio por el despotismo hi-tech de Xi.

En su libro de 2016 La dictadura perfecta; China en el siglo XXI, el politólogo noruego Stein Ringen describe a la China actual como una “controlcracia”, cuyo sistema de gobierno se ha transformado en un nuevo régimen radicalmente más duro y más ideologizado que el que había previamente. La “controlcracia” china carga con la responsabilidad principal de la epidemia de coronavirus que sufre el país y el mundo. 

En los últimos ocho años, el liderazgo central del Partido Comunista de China ha adoptado pasos para afianzar la autoridad personal del presidente Xi Jinping y ampliar sus propios poderes en desmedro de los ministerios y los gobiernos provinciales y locales. Las autoridades centrales han emprendido una campaña de represión al disenso en todos los ámbitos de la vida política y social del país. Se han cerrado sitios web, arrestado a abogados, activistas y escritores y ha habido un acallamiento general en la expresión en línea y las noticias de los medios de comunicación. 

El sistema que Xi ha instalado desde 2012 además está manejando la dirección de las nuevas tecnologías en China. El primer caso de coronavirus se detectó en Wuhan el 1 de diciembre de 2019 y a mediados de ese mes las autoridades chinas tenían evidencias de que el virus podía transmitirse entre humanos. Sin embargo, el gobierno no reconoció oficialmente la epidemia en la TV nacional hasta el 20 de enero. En esas siete semanas, la policía de Wuhan castigó a los trabajadores sanitarios por tratar de hacer sonar la alarma en redes sociales. Se los acusó de “propagar rumores” y perturbar “el orden social”. Mientras tanto, el gobierno regional siguió escondiendo la cantidad real de casos hasta que se hubieran reunido con el gobierno central a mediados de enero. 

Para entonces, la abrumadora censura y los obstáculos burocráticos habían desperdiciado toda oportunidad de poner al virus bajo control. Cuando el gobierno finalmente anunció una cuarentena a los residentes de Wuhan, cerca de cinco millones de personas habían abandonado la ciudad, generando la epidemia. Cuando quedó en evidencia su verdadera escala, la opinión pública china reflejó una mezcla de rabia, ansiedad y desolación, y recurrió a Internet para expresarse, pero el Estado no se demoró en reaccionar, limitando la capacidad de periodistas y ciudadanos preocupados de compartir información sobre la crisis. Luego de que Xi hubiera presidido la segunda reunión del Comité Permanente sobre la epidemia, se ordenó al aparato de propaganda del PCC que “guíe a la opinión pública y fortalezca el control de la información”. 

Esto se tradujo en el uso de tecnologías de avanzada de IA y ‘big data’ para monitorear la totalidad de la opinión pública china en línea. Por primera vez desde que llegó al poder, la maquinaria de censura de alta tecnología de Xi se encuentra con una intensa resistencia de millones de usuarios chinos. La controlcracia está siendo sometida a prueba. Pero lo más probable es que la epidemia se use para justificar una vigilancia y control más estrictos. Xi es un dictador descarado, mas su dictadura está lejos de ser “perfecta”. 

Su necesidad obsesiva de controlar la información ha privado a sus ciudadanos de su derecho a saber lo que ocurre en sus comunidades, y potencialmente dentro de sus propios cuerpos. Con todas sus tecnologías digitales avanzadas y su extraordinario poder económico y militar, China está siendo gobernada como una autocracia premoderna. El pueblo chino se merece algo mejor. Ellos y el resto del mundo seguirán pagando un alto precio por el despotismo hi-tech de Xi.