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Cómo vivir con la pandemia

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"La debacle de las hipotecas basura en Estados Unidos se convirtió en poco tiempo en una crisis financiera global. Y ahora vemos el mismo proceso en acción con la COVID-19. Ninguno de estos hechos fue un «cisne negro», porque el riesgo era bien sabido"

La crisis de COVID-19 obligó a científicos, gobiernos y expertos en salud pública a esforzarse por comprender la relación entre la transmisión de enfermedades zoonóticas (las que pasan de animales a humanos) y la variabilidad medioambiental, las pautas de movilidad humana y el comercio. En el proceso quedó de manifiesto lo mucho que todavía tenemos que aprender acerca del mundo que nos rodea. Aunque nadie puede predecir a ciencia cierta lo que vendrá a continuación, es indudable que podemos prepararnos mejor para la siguiente etapa de convivencia mundial con la COVID-19. Mirar la enfermedad y su impacto a través de distintos lentes (epidemiológico, económico, político y social) nos nubla la visión. Sin una mirada sistémica y holística, a los gobiernos les seguirán faltando piezas importantes del rompecabezas. El primer paso en la adopción de esa mirada debe ser abandonar la engañosa división entre hombre y naturaleza. El uso del término Antropoceno en referencia a la era en que vivimos nos ha dado una falsa sensación de control sobre el medioambiente y la COVID-19 nos obliga a reconocer que el Antropoceno implica un ciclo de retroalimentación incesante en el que nuestra conducta desata reacciones en cadena que aceleran el cambio climático y la propagación de pandemias. Al no haber demarcaciones infraestructurales o geopolíticas entre humanidad y mundo natural, ni el nacionalismo ni el proteccionismo detendrán este proceso. Ya no podemos ignorar acontecimientos improbables pero de alto impacto que aparecen en los márgenes de cualquier distribución de probabilidad. Por más débiles que sean estas señales, en los sistemas complejos están más conectadas al conjunto y pueden tener efectos multiplicativos en vez de lineales. En el futuro inmediato todos debemos prestar atención a tres temas: respetar las instrucciones de las autoridades sanitarias. También recordar que una característica de cepas virulentas como el SARS-CoV-2 (el virus que causa COVID-19) es su alta tasa de mutación. Las condiciones climáticas favorables no impiden la aparición de nuevas cepas más letales. Y pase lo que pase en los próximos dos o tres meses, el invierno está a la vuelta de la esquina. Mientras no exista vacuna eficaz contra las cepas predominantes del SARS-CoV-2, algo que todavía llevará al menos entre 12 y 18 meses, una segunda ola de contagios más letal parece inevitable. La trayectoria futura del virus puede anticiparse en parte modelando las extensas y complicadas interacciones entre biología, clima y sociedad. Pero ante la gran cantidad de escenarios posibles, hay que interpretar con cuidado esos modelos. Para su correcta aplicación, los gobiernos deben confiar en las autoridades científicas, en vez de silenciarlas o usar selectivamente sus conclusiones al servicio de una agenda partidista. Ningún país puede permitirse líderes que (como el presidente estadounidense Donald Trump y el brasileño Jair Bolsonaro) sigan su «instinto». Lo que sabemos sobre la COVID-19 todavía no alcanza para curarla o prevenirla. Pero el conocimiento acumulado en materia de sistemas ecológicos, virología, genética, dinámica de fluidos, epidemiología, antropología, medicina clínica, microbiología y muchas otras disciplinas científicas ofrece abundantes pautas para evitar que esta pandemia altere radicalmente la vida moderna.